Hace unos pocos días os daba la tabarra con el término «oclocracia». He entendido, sin duda, vuestro desconcierto y más aún comprendo la fealdad de este término de difícil pronunciación. Fue, como ya escribí, la filósofa Adela Cortina, por otra parte experta en acuñar términos (aporofobia, recientemente aceptado por la RAE), quien me sugirió, después de algunas lecturas, que la idiosincracia propia de nuestro país se acercaba más a ser una masa de gente, más o menos organizada pero guiada por emociones, que a ser un verdadero pueblo que, sin abandonar porque no son malas las emociones, considera que la razón debe ocupar un puesto importante en el devenir de su propia y singular historia. Si razón y emoción no van unidas con un cierto equilibrio, mal andamos.

Pues hoy os quiero escribir sobre otro término, más bonito y fácil de pronunciar que el del artículo anterior, pero casi o más incomprensible que aquel (para su definición te remito al diccionario) aunque personalmente, os lo aseguro, me resulta mucho más familiar. Y la culpable es, si se trata de responsabilizar a alguien, la misma Adela Cortina porque en el artículo anterior ya anunciaba que en breve la escucharía en Madrid como así ha ocurrido. El título de su conferencia: Mística y Política. Casi nada, ahí queda eso. ¿Tiene algo que ver la mística con la política? O ¿será algo similar a lo mezclar las churras con las merinas? Pues parece que sí, que algo o mucho tienen que ver uno y otro término. Y para que lo pudiéramos comprender mejor acudió al que siempre se acude en caso de duda o de dificultad: al mismísimo Platón. Y es que el filósofo ateniense, a quien por cierto me gustaría ver en este panorama político lamentable que tenemos, escribe una carta, su famosa carta VII, ya avanzado en edad en la que reclama el poder político para que de él se hagan cargo los filósofos (aquí es donde tienes que sustituir el término filósofo por místico aunque este último esté más cercano al fenómeno religioso). Cierto es, como señala la misma Adela Cortina, que en la misma carta Platón recula afirmando que si no se puede conseguir que los filósofos se hagan con el poder de la polis, al menos, que los políticos tengan una cierta formación filosófica que los capacite para ejercer adecuadamente las labores propias de la autoridad que ostentan (no másteres inventados, no corrupción económica, ¿seguimos?...). Esta necesidad de ser místicos (filósofos que decía Platón) tiene un fundamento: el místico, pienso claro en Juan de la Cruz, el que tengo más cercano, ve la Realidad desde una posición en la que es capaz de vislumbrar no sólo el presente sino, y más importante, el futuro. Sólo así es posible transformar la Realidad porque si tú sólo alcanzas a ver el presente, es más que probable que finalmente acabes robando o inventando títulos inexistentes o comprando dichos títulos sin tener la más mínima formación en los mismos.

Una buena y honesta formación (no la honesta a la que se refiere la plagiadora Montón) permite ver más allá del bolsillo de uno mismo, permite trabajar por y para las ciudadanas y los ciudadanos, permite, en definitiva, olvidarse de uno mismo para pasar del egocentrismo (quizás propio de la naturaleza humana) al exocentrismo, posiblemente menos connatural al ser humano pero obligatorio, sin duda, para quien ostenta algún tipo de poder o autoridad sobre otras y otros. Atención: los místicos (como Platón finalmente decía de los filósofos) no son los encargados de gobernar este mundo en que vivimos, pero no nos vendría mal aprender un poco de ellos para que la cuestión política comience de verdad a funcionar correcta y honestamente. Nunca es tarde para recomenzar siempre que sea de bien en mejor.H

* Profesor de Filosofía