Se acerca la fecha en que la Unesco debe decidir si concede el título de Patrimonio de la Humanidad a Medina Azahara y, como es lógico, crece el nerviosismo en la ciudad. Y eso que nos presentamos al examen con la lección bien aprendida y el beneplácito de todo el mundo. Pocas iniciativas cordobesas, por no decir ninguna, han concitado tal unanimidad de parabienes dentro y fuera de la ciudad, con el apoyo no solo local sino de toda Andalucía y España, sin olvidar la simpatía demostrada por el Icomos, que en su reciente visita al lugar, aparte de afear una vez más la presencia de esas parcelas ilegales cercanas que no se sabe cómo disimular, solo sugirió referirse en adelante al conjunto arqueológico como «ciudad califal», para darle más prestancia a lo que hasta no hace mucho aquí todavía llamábamos «las ruinas» de Medina Azahara.

Todo ello nos debería hacer llegar tranquilos y confiados al 29 de este mes, que será la fecha en que el Comité de Patrimonio Mundial del organismo internacional inicie en Baréin las deliberaciones, cuyo resultado podría conocerse el 2 de julio. Pero la pugna siempre desasosiega: competiremos con otros 29 lugares aspirantes, todos ellos deseosos de alcanzar el trofeo, que como siempre sucede en estos casos no solo reconoce su valor ante el mundo sino que abre la posibilidad de que este se acerque a conocerlo. Y además, el fracaso de la capitalidad europea del 2016, primer empeño ciudadano en que Córdoba puso toda la carne en el asador, nos dejó tan frustrados que aún hoy, a pesar de que luego llegara la declaración de nuestros patios como Patrimonio de la Humanidad para poner las cosas en su sitio, nos lamemos las heridas de aquel desencanto.

Pero como es absurdo sufrir por adelantado, nos quedamos con las muchas razones que deben llevarnos al optimismo. La primera, que se ha presentado un informe científico solvente, muy bien documentado y sin complejos, una candidatura para ganar. La segunda, que a pesar de que queda por excavar aproximadamente el 90 por ciento del espacio ocupado por la ciudad palatina en el breve tiempo en que brilló, son importantes los pasos dados en los últimos años para «ponerla en valor», mucho antes de que se posara la mirada en la decisión de la Unesco. En tal sentido, es de justicia reconocer a la hoy vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, tanto desde el cargo de consejera como de ministra de Cultura, sus desvelos por difundir urbi et orbi el esplendor de los omeyas. Y es muy señalado el esfuerzo del centro de interpretación y su museo por hacer comprensible y amena la visita a un yacimiento del que tanto queda por descubrir.

Pero quizá el argumento más contundente, el que mueve montañas, es el interés cultural suscitado por Medina Azahara entre los más diversos colectivos. Desde las peñas y los belenistas --últimos que le han dado públicamente su respaldo-- a la Real Academia de Córdoba, que celebra durante toda esta semana en la delegación territorial de Cultura unas jornadas en las que expertos en estudios árabes y medievalistas sacan a la luz las entrañas del monumento. Sin olvidar el primer concurso nacional de pintura organizado por Diario CÓRDOBA, cuyos premios se entregarán mañana en la ciudad califal. Córdoba entera es Medina Azahara, la ciudad largamente dormida que empieza a despertar al mundo.