Se celebra estos días el cincuenta aniversario de Mayo del 68, la mítica revuelta estudiantil que tuvo lugar en París, que puso al país patas arriba y que provocó una primavera intelectual, cultural y artística con resonancias en todo el mundo.

Voy leyendo con mucho interés los artículos donde los protagonistas de Mayo del 68 (y sus coetáneos) analizan, matizan, ensalzan, desmitifican o renuncian a aquella revuelta. Pero las revoluciones no son de los que las hacen sino de los que las heredan. No son de los que las vivieron y luego renunciaron a ellas y más tarde teorizaron y sacaron conclusiones, son de sus herederos, de los que recibieron ese legado sin haberlo pedido y sin saber demasiado bien lo qué significaba.

Yo no había nacido en Mayo del 68 y sin embargo oí hablar de ello desde niña. En el colegio, los estudiantes nos dividíamos entre los que tenían padres o abuelos que les hablaban de la guerra civil (mi padre estuvo más de un año encerrado en la prisión militar del castillo de Monjtuïc por culpa de Franco y luego tuvo que exiliarse a Venezuela, pero nunca hablaba de ello) y los que teníamos padres que nos hablaban de Mayo del 68. Al mismo tiempo que nos contaban cuentos de hadas, que veíamos películas de Disney o de Spielberg y que leíamos los cómics de Tintín y de Astérix, nuestros padres nos explicaban Mayo del 68, escuchaban a Brassens y a Barbara y cuando íbamos de viaje a París, nos llevaban a desayunar al Deux Magots o al Flore y nos señalaban el rincón en el que solían sentarse Sartre y el Castor.

Hay hijos de la guerra civil y hay hijos de Mayo del 68, ya hay incluso nietos. Mis hijos, tan responsables y tan divertidos, tan serios y sensibles, tan distintos a mí, son también fruto de aquella revuelta. Nosotros somos las verdaderas víctimas o beneficiarios de aquella revolución porque no la elegimos y cuando algunos de sus protagonistas empezaron a envejecer y a arrepentirse (la revolución, en general, no es país para viejos), nosotros ya estábamos lejos de casa, haciendo nuestra vida, portadores involuntarios de unas ansias y unos deseos (de libertad, de belleza, de placer, de igualdad y de justicia social) que en nosotros, por ser inoculados, transmitidos a la vez que la leche en polvo (las mujeres por aquel entonces y en aquel mundo no daban de mamar, preferían ir al cine o escribir libros) y las buenas maneras, no desaparecerían nunca.

Mayo del 68 fue una revuelta triunfante porque ninguno de sus herederos, ni siquiera el apuesto y viril Macron, han renunciado a ella. ¿Qué les habremos legado ya a nuestros hijos sin saberlo y qué historias familiares y lejanas resonarán en nuestros nietos?

* Escritora