El puente de la Fuensanta suele marcar el definitivo retorno a la cosa cotidiana, aunque son muchos los amantes de septiembre como mes vacacional. Pero al vendimiario le falta el ocio de los más jóvenes que estos días vuelven progresivamente a las aulas. En cualquier caso aún recibo estos días noticia de conciudadanos amigos disfrutando de la brisa del Cantábrico, mi mar natal, que es también el mar de todos mis veranos, dicho sea en honor de la primera novela de Esther Tusquets, ahora que la editorial que fundó su hermano Óscar con Beatriz de Moura cumple 50 años. Ella hizo lo propio con Lumen, que nos regaló títulos tan señeros como El nombre de la rosa. Ambos sellos, con Anagrama, ocupan puestos relevantes en cualquier biblioteca de la Transición.

Y es que, este año, numerosos cordobeses han optado por las costas astures. Los he encontrado discurriendo por el Muro de San Lorenzo, que tanto le gustaba pasear a Pilar Sarasola, cuando estudiante en la Escuela de Comercio de Gijón, se carteaba con un joven Rogelio Luque. O haciendo cola en el Parque de San Francisco de Oviedo para fotografiarse con la pequeña Mafalda que, muy modosita, les aguarda sentada en un banco, luciendo primorosamente sus 56 años de lucha contra el mundo (y contra la sopa ). También haciendo senderismo por el Cares. Y sobre todo en las páginas de los diarios asturianos, en todas cuyas encuestas veraniegas, siempre aparecen (no sé como los identifican mis colegas) cantando las delicias del verano astur y especialmente de la temperatura de los días seminublados entre la perplejidad de los nativos que siempre andan suspirando por un rayín de sol. Hasta en los toros, donde todas las ferias de Begoña se recuerda, de una u otra manera, a Manolete, quien actuó en el coso gijonés del Bibio, con poco éxito, cuatro días antes de aquel fatal 28 de agosto de 1947. Pero que había salido por su puerta grande la semana anterior tras hacer la mejor faena que se le recuerda en Asturias. Todavía se habla de una manoletina espeluznante… que solo vio media plaza. La otra media había cerrado los ojos poniéndose en lo peor. Este año Córdoba estuvo, en cierto modo, presente en el albero. Juan Ortega debutó cortando una oreja. Ortega es sevillano, pero también, lo que no es muy usual, ingeniero agrónomo por la UCO. Y a mayor abundamiento tomó la alternativa en Pozoblanco compartiendo cartel con Enrique Ponce y José María Manzanares. Hasta el Niemeyer de Avilés acogió las fotos de tres premios Pilar Citoler: Jorge Yeregui, Begoña Zubero y José Guerrero.

El Cantábrico, aunque amable, suele ser un poco frío con los visitantes estivales requiriendo de ellos un cierto grado de adaptación térmica (llamémosla así) a la hora de bañarse en sus aguas. Y no pocas precauciones con las veleidades de sus corrientes. Pero sobre todo sigue manteniendo viva su leyenda de Mare Tenebrosum, de fosas donde habitan calamares gigantes, brumas que dificultan la navegación, galernas y otras lindezas. Este verano fue noticia un elegante rorcual varado en una cala cercana a Tapia de Casariego. Justo unos días antes acababa yo de leer las aventuras de un cachalote de luz de luna que rescata Luis Sepúlveda en uno de sus últimos libros. En él se cuenta cómo las ballenas establecen un pacto con un pueblo de hombres del mar. Cada vez que uno fallece tres de ellas llevan su cuerpo a una isla cercana. Allí sus almas quedan a la espera de que muera el último de la tribu que será el encargado de conducir a hombres y cetáceos a un lugar idílico de aguas tranquilas y abundante alimento. Sepúlveda evoca la historia de Mocha Dick que se tiene por inspiradora del Moby Dick de Herman Melville, el bicentenario de cuyo nacimiento se conmemora este año. Lo curioso es que el escritor chileno matiza que lo hace en Asturias frente a las aguas del Cantábrico.

¿Qué pudo llevar al rorcual a morir en sus costas? En una región de legendaria tradición ballenera, que lleva años de crecimiento demográfico negativo, quizá pensó que estaba cercano el momento y que quedaba por allí la mítica isla. Así que, tras leer cómo la natalidad en Córdoba sigue batiendo mínimos históricos, incidiendo en las aulas de Infantil y Primaria, y una vez cumplimentada la visita a la Fuensanta, los ojos se me han ido, con un cierto escalofrío, del caimán a la costilla de ballena que lo flanquea. No solo evocando Moby Dick y la preocupación que existe en el film por el ser humano, por un más allá inquietante y desconocido y por el universo interior de cada persona, sino también al pensar que compartimos con las ballenas los problemas de una población decreciente. Aunque las causas sean muy distintas. Son las cosas que tiene el verano. Hay quien dice que es la estación más propicia para cultivar las reflexiones inútiles. Yo creo más bien que nos devuelve la capacidad de leer con sencillez en lo cotidiano. Esa que se nos diluye de inmediato en cuanto volvemos a casa.

* Periodista