Manos Unidas sale hoy a nuestro encuentro, especialmente, con motivo de la Campaña contra el Hambre en el Mundo. Lo hace con tres compases provocadores: el pasado 2 de febrero, con la presentación solemne de la Campaña, en la catedral de Córdoba; el 7 de febrero, con el día del Ayuno Voluntario, jornada de concienciación y solidaridad en numerosos actos organizados y en las ya clásicas «cenas de hambre» como símbolo de la tragedia que sufre buena parte de la humanidad; y en este domingo, la colecta que tiene lugar en todas las parroquias de la diócesis, abierta a la generosidad. La nueva presidenta diocesana de Manos Unidas, Pepa Iribarnegaray, subraya con fuerza: «La Campaña nos toca, un año más, el corazón. Tiene como lema, ‘quien más sufre el maltrato del planeta no eres tú’, ya que la pobreza y el hambre son dos realidades muy relacionadas con el Medio Ambiente. Las consecuencias del daño causado tienen un alto precio: millones de personas se han visto expulsadas de sus territorios ancestrales de los que tienen que emigrar por falta de sustento, cientos de enfermos por contaminación de las aguas y de los suelos... Escuchamos así, los sollozos de la tierra que el Señor puso en nuestras manos. El verdadero argumento de nuestra Campaña se centra en el amor de Cristo crucificado, que nos apremia en el amor a los hermanos sin voz, también crucificados». Me vienen a la memoria aquellas palabras del gran escritor Kazantzakis, quien se atrevía a creer que el hombre posee el amor y que lo lleva «como una gran fuerza explosiva, envuelta en nuestras carnes, en nuestras grasas, sin saberlo. Pero el hombre no se atreve a utilizarlo porque teme que lo abrase. Y así lo deja perder poco a poco, lo deja a su vez convertirse en carne y grasas». Manos Unidas sale a nuestro encuentro y nos pide un gesto de solidaridad con esos casi 900 millones de personas que pasan hambre, mientras susurra en nuestros oídos tres hermosas razones: Primera, la indiferencia ante esas dramáticas cifras nos hace cómplices de la tragedia; segunda, porque cada uno de nosotros tenemos un papel y una misión en la obra de la creación de un mundo distinto; tercera, porque creemos que solo con la unión de todos podemos construir ese mundo nuevo por el que Manos Unidas lleva trabajando más de sesenta años, ayudando a millones de personas cuyos derechos se vulneran cada día, realizando proyectos que les permitan vivir con dignidad en un mundo que les da la espalda. Bien sabemos las causas del azote del hambre: el mal uso de los recursos alimentarios y energéticos; un sistema económico basado en el mayor beneficio de unos pocos, en detrimento de las grandes mayorías, y por último, nuestros estilos de vida y consumo, junto al desperdicio de los alimentos, permitiendo la vulnerabilidad y exclusión de los más débiles. En muchas comunidades, a la hora de bendecir la mesa, se invoca como plegaria esta petición: «Señor, da pan a los que tienen hambre, y hambre a los que tienen pan». Y aquel breve poema de Gloria Fuertes, recordando a los niños hambrientos de Somalia: «Yo como. Tú comes. El come. Nosotros comemos. Vosotros coméis. ¡Ellos no!».

* Sacerdote y periodista