Leí, no se dónde, que la vida es lo que trascurre mientras vamos haciendo planes. Estamos convencidos, erróneamente, que el tiempo nos pertenece por derecho propio, y que los acontecimientos desgraciados, los zarpazos del destino que irrumpen súbitamente en nuestro devenir, creemos que siempre le ocurrirán a los otros y que el futuro, como ave pendiente de caer sobre su presa, pernocta en la fantasía de los sueños. En definitiva, no queremos ni verlo ni reconocerlo.

Manolete... Manolo para sus amigos, tenía en el verano del 47 su propio proyecto de vida conformado en su mente y en sus sueños. Había encontrado el Amor con mayúscula, el roce imperceptible de la ilusión entrelazada con la seda invisible de la fantasía, donde la vida vuelve a tener sentido. Pájaro esquivo en la felicidad de los seres humanos en demasiadas ocasiones. El panorama no podía ser más esperanzador. Ya estaba cansado, a pesar de su juventud, de tantos años de lucha permanente, de jugarse la vida en múltiples tardes, en diferentes sitios, con recorridos de ida y vuelta atropellados, y todo ello iba a convertirse en bultos abandonados en estación de tren donde sólo quedarían días muertos... Su soledad innata, por fin había huido como animal errante y la vida sonreía cada mañana en cielos azules turquesa, aunque diluviara. Ese amor y esa mujer, su voz, su olor, su roce, caricias y silencios acompañados, llenaban el vaso de su existencia perfumada en tardes y noches interminables de encuentros íntimos.

A pesar de todo ello, como nada es perfecto, ni debe serlo, en esos momentos dulces tuvo que soportar la incomprensión que acompaña a la envidia perseguidora siempre de las almas nobles, con críticas ácidas y también rechazo de los seres más queridos de su entorno, de sus amigos que no aceptaban su envite de querer ser feliz y vivir su propia vida. Un juego de intereses donde siempre hay una víctima que es el protagonista de la historia, y como un cuchillo que corta el delicado hilo que nos une a la existencia, llegó la tarde de Linares como una piedra, como un tren de mercancías atropellándolo todo, incluido sus sueños, para después, cuando el actor desapareció, la tragedia sobrevenida fue patrimonializada, como siempre, por los intereses personales de cada uno de los actores secundarios, sin que importaran ya demasiado los propios sentimientos y necesidades del Maestro que se fue apagando como vela de reclinatorio.

Hay que decir que Manolo era el primero de la clase, y ahí están sus cuadernos de colegio en la vitrina de la taberna de Santa Marina. Era afable y educado con todo el mundo y, sobre todo, con los más débiles. Extremadamente cariñoso con su familia y muy amigo de sus amigos. En definitiva, un hombre cabal del que cualquiera podría fiarse siempre. Serio... y callado cuando correspondía, sin pasar nunca desapercibido, y alegre y entrañable cuando el momento lo requería. Un cordobés.

Me contó José Luis de Córdoba la siguiente anécdota que dice mucho de Manolete. Había terminado la temporada de América. En el aeropuerto de México lo despidieron con olor de multitud, y en los mismos términos fue recibido en Barajas. La gente mataba por estar a su lado, por abrazarlo, por tener un autógrafo. Pasó varios días en Madrid de descanso y cada componente de su cuadrilla se fue a su lugar de residencia. Volvió a Córdoba en el célebre carreta con su mozo de espadas inseparable, arribando a la antigua estación de Córdoba donde le esperaban tres amigos. Uno de ellos José Luis. Bajaron las maletas y comenzaron a andar sobre el andén los cuatro. Alguien de ellos le comentó: «Ay que ver Manolo, como has sido recibido en Barajas y ahora mismo llegas a Córdoba y estamos los que estamos». El maestro lo miró con esos ojos inolvidables, contestándole: «A mí no me molesta, yo habría hecho lo mismo».

Me alegra que Córdoba empiece a despertar a la hora de valorar su figura universal. Ya lo hizo en el 50 aniversario de su muerte y ahora en el centenario de su nacimiento, con tan múltiples actos donde la ciudad y sus instituciones, me consta, se han volcado y esa magna exposición de Orive que es de obligada visita para cualquier cordobés de pro, le guste o no le guste la Fiesta, porque el respeto y la tolerancia han sido y son las señas de identidad de esta ciudad.

Y ya acabo. Que pena me da que ese museo, como exposición permanente, no esté en la que fue su casa de la avenida de Cervantes, que también fue vivienda en su niñez y casi adolescencia del filósofo Ortega y Gasset. Esa casa-museo y en ese lugar, sería muy importante para la ciudad.

Paz y Bien.

* Abogado y académico