Se dan numerosas situaciones en la vida (en la historia son incontables) en las que los lobos pastan y confraternizan con las ovejas, enamorándolas, y encandilan al pastor. No es cosa de fábulas, es real. En nuestro tiempo, va para dos décadas el cortejo intenso que vienen haciendo las grandes tecnológicas; cómo mejoran la vida sus inventos; cómo van cambiando el mundo. Tenemos apps para todo (incluso para que anticipen cuando tendremos fiebre), y una legión de milenitas se ha agarrado de su brazo para convertirse en su pareja eterna. Se han ganado la confianza y la admiración del mundo. De alguna manera vienen a decir que todo es posible, que todo puede ser más barato, más rápido: que yo puedo. Han creado en un soplo una ideología, se han despegado del pasado como el cohete que sale de la órbita de la tierra.

Se promocionan como jóvenes educados que no se meten en ninguno de los charcos donde chapoteamos los hombres corrientes, o de antes, pero su interés es tan humano y voraz como el de Creso, y sus pasiones tan desmedidas como las que agitan a los personajes de Shakespeare. Hace un tiempo que se ven lo suficientemente fuertes como dar pasos más decisivos; han crecido tanto y madurado (?) que se aprestan a dar el gran salto de quedarse con el pasto de las ovejas y el destino del pastor. Han superado grandes pruebas: son más productivos e innovadores; la rentabilidad por el producto que comercializan se multiplica porque venden a muchísimos clientes más que nadie en la historia y, además, saben burlar al fisco como los banqueros taimados de la España de Pedro el Cruel.

Una de las grandes alarmas sonó hace unos días cuando Amazon, primero, y Facebook después, anuncian el lanzamiento de criptomonedas para utilizar como divisa propia y única en la red comercial oceánica que dominan. Vaya con el grupo de «hijos de la marihuana» acantonados en California, van a conseguir lo que anarquistas y marxistas de toda condición no pudieron: liquidar los bancos centrales y periféricos.

Pero se trata solo de una alerta, aunque mucho debe de correr la Gotha de la banca para que no se le escape el nuevo dólar que nace (como el petrolero pelea para las energías renovables no le birlen la cartera). Y vendrán más sorpresas en los próximos meses y años. Así que es no es improbable que una mañana nos enteremos por un cable de agencia norteamericana de noticias de que se disponen millardos de robots dispuestos para desalojar a la mitad del empleo fabril del mundo; que en dos años desaparecerá el dinero físico o que Netflix llegó a ser la pantalla de ficción única del globo.

Los banqueros han reaccionado con alarma. Piden ayuda urgente a los gobiernos y pronto lo harán a la gente corriente. ¿Pero estarán unos y otros dispuestos a prestársela? Me temo que tendrán grandes dificultades, la banca viene muy mal herida en su reputación y bolsa tras la crisis de 2008 de la que fue tan responsable. Tendrán que mirar como lo vienen haciendo las petroleras desde hace años, o acaso asociarse con ellas para hacer frente a los nuevos titanes del mundo

Durante los últimos años nos ocultaron su pretensiones y sueños de poder y riqueza con los encantos de sus máquinas mágicas, así que nos olvidamos, como dice Javier Marías, «de repensar lo poco pensado». ¿Estamos a tiempo? Siempre se está a tiempo de detenerse o buscar un nuevo camino, aunque es preciso convencerse con anterioridad de que nada se puede tomar como definitivo sin un debate serio y profundo previo.

Se debate muy poco, casi nada, sobre los efectos que pueden tener los avances tecnológicos que se apoderan a toda velocidad del ritmo y la dirección del mundo. De megaempresas devoradoras nos salvó con antelación Estados Unidos con sus leyes antimonopolio. Ahora también se mueve esa máquina, pero acaso al hombre de la Casa Blanca le interesa hacer crecer aún más esos Titanes para que defiendan a su «Estados Unidos primero» de la amenaza de los monstruos chinos. Así estamos, las guerras en la nube se trasladan a las cosas de comer: no podía ser de otra manera.

* Periodista