Sí, hubo un tiempo en que yo lucía hermosa cabellera, no sé si de jipi, de gili, o de Jesucristo Superestar o de tantos tontos tintos a la vez. Y mi hermosa barba, no sé si de Fidel o de Cafrune o todas las barbas a la vez. No se rían de mí, porque no está mi pelo para bollos. He ido repasando fotografías antiguas. Todo empezó por los años 70, cuando se inventó la moda de ser revolucionario. Total, siempre es lo mismo: cuestión de poses, de pasos y de pesos, de modas y de modos. Yo, como hijo putativo de mi época, me dejé crecer el pelo en una hermosa cola de penco y de zopenco, que cuidaba con esmero reverencial. Me pasaba las horas en el baño, con el mejor champú, el mejor suavizante, el mejor cepillo y el mejor peine; con este rito. Creí que mi padre me mandaría rapar, como cuando fui niño franquista, pero él, tan sabio, musitaba: «Estas greñas serán nada». Una vida he tardado en comprenderlo. Y los tiempos, claro, transcurrían, y con ellos las modas; o sea, las maneras de peinarme para mi cargo en el poder, y me vi bien con mi corbata, y me gusté en mi fiel espejo, en mi poltrona, en mi pluma de oro para firmar mentiras, en mi coche oficial y en mi chófer; y me casé, claro, y tuve hijos, y tuve amante rica, claro, amigos ricos, criadas, mansión y chalet. Ya que había conseguido engatusarme y engatusar a los demás, me empezó a molestar la cola, sobre todo cuando tenía que sentarme en esa otra poltrona de mi baño. Entonces decidí recogérmela en un hermoso moño, igual que el de mi madre y el de mi abuela, pero menos pulcro y digno, para no quitarme de la revolución, y así mi evolución según los tiempos, que fue cortarme el pelo y recortarme la barba, sin perderla, claro; una barba bien perfilada, con la que no borrase mi genio y mi perfil, y además me diese aire sesudo de intelectual. Y me metí a escritor, o sea, a más cuentista, y entré en otra juventud para seguir siendo atractivo. El caso era que nadie me olvidase. Ahora me rapo el poco pelo que me queda y le doy vueltas a teñirme las canas y la barba. ¡Pero aquella cabellera!... Solo fotos en las que me reconozco en mis hijos y en mis nietos, porque veo en ellos mi melena y mi revolución con mi egregia pose intemporal. ¿Por qué no sentirme orgulloso y feliz de mi estirpe melenuda?

* Escritor