Dado que Córdoba es una provincia eminentemente cinegética, la cosa podría empezar así: «¿Ha cruzado usted alguna vez la mirada con un cervatillo?... Quizá no se haya dado cuenta de que ellos y los conejos suelen ser buenos amigos. Sobre todo si estos últimos tienen largas orejas y les gusta golpear con sus patas las puertas. Pero no se fíe. Hay conejos y puertas que no son lo que parecen…». (Y aquí, una que se cierra, un alarido y…).

Seguro que para toda una generación de telespectadores no hará falta que siga. Así comenzaban -más o menos- las Historias para no dormir con las que Chicho Ibáñez Serrador subyugó a jóvenes y mayores durante muchas noches en los años 60. Se llevó hace pocos días, muy merecidamente, un Goya de Honor y una de las mayores ovaciones y homenajes que se recuerdan en la historia de estos premios. Un aplauso de cariño, admiración y agradecimiento a quien es ya una leyenda en la Historia del Cine y la Televisión españolas.

¿Y a qué viene lo anterior del cervatillo y el conejo? Bueno… por una parte a recordar sus inolvidables presentaciones en las que no temía usar como referencia las de Alfred Hitchcock (Hitchcock presenta) ni las de Rod Serling (The twilight zone; en España Dimensión desconocida). Chicho sabía darles su propia personalidad e ingenio. Algo que, por ejemplo, le faltó a Andreu Buenafuente, más bien topiquero y desangelado, en el remedo de Groucho Marx durante la gala. Es fácil imitar a Groucho en sus ademanes, pero difícil competir con su agilidad mental y agudeza.

Y por otra… Casi todo el mundo habrá visto Bambi. Y habrán celebrado las ocurrencias de su amigo Tambor. Lo que quizá muchos no sepan es que la voz de este último, al menos en el doblaje hispanoamericano, fue la primera vez en que un jovencísimo Chicho se hizo oír (nunca mejor dicho) en el mundo del cine. Por cierto, que también le prestaba su voz a Ruperta, la calabaza del Un, dos, tres... responda otra vez.

La famosa puerta no dejaba indiferentes a los espectadores. Tan pronto se abría a cadáveres en descomposición, adelantándose décadas a CSI, como complicaba la vida familiar cuando algún joven espectador preguntaba, por ejemplo, qué era un súcubo. Dado que sus padres tampoco solían tener mucha idea al respecto, le remitían al diccionario. Y, claro, la cosa se complicaba aún más. Chicho hizo también que muchos conociéramos los Carmina Burana o los Catuli Carmina de Carl Orff como inquietante banda sonora de hechicerías, de la misma manera que Hitchcock dejó impronta para siempre con la Marcha fúnebre para una marioneta de Gounod. Y hasta se permitió en muchas ocasiones intuir los filones en los que luego profundizarían grandes realizadores. La Alarma, por ejemplo, está claramente inspirada en El centinela, el cuento de Arthur C. Clarke sobre el que Kubrick haría años después 2001: Odisea en el espacio. Aunque algunos de sus mejores guiones, quizá los más poéticos, los realizaría sobre textos de Ray Bradbury. Son ejemplo elocuente de su gran maestría porque Bradbury no es fácil de adaptar. Ya lo dijo hace un año Isabel Coixet. Y como tenemos estos días la memoria de Borges planeando sobre la ciudad, vean lo que dice este del famoso autor de Farenheit 451 prologando una de las ediciones en español de sus celebérrimas Crónicas marcianas: «¿Qué ha hecho este hombre de Illinois (…) para que episodios de la conquista de otro planeta me pueblen de terror y soledad? ¿Cómo pueden tocarme estas fantasías, y de una manera tan íntima?».

Chicho demostró conocer el secreto. Hasta un jovencísimo Spielberg le pidió un autógrafo al coincidir con él en un festival. Posiblemente en alguno de los de Montecarlo de finales de los 60, donde logró que TVE consiguiera su primer premio internacional. Una Ninfa de Oro, con El asfalto, a la que seguiría, al año siguiente, otra con Historias de la frivolidad. Por entonces, Spielberg había realizado su primer corto - Amblin-, que dio nombre posteriormente a su productora .

En mis años de estudiante de periodismo solía tomar muchas veces como referencia los guiones que firmaba como Luis Peñafiel. Se publicaban en una revista, con el nombre de la serie, que él coordinaba y que incluía, asimismo, relatos y hasta algunas entrevistas suyas -siempre en torno al miedo- con Carmen Sevilla, Urtain, Cristina Galbó... Pero también ilustraciones impagables a cargo de Serafín, famoso por sus chistes de aristócratas decadentes en La Codorniz o reportajes de periodistas como por ejemplo Tico Medina -hoy habitante de la última página de este periódico los domingos- hablando de apariciones y mujeres que resucitaban tres veces.

Así que gracias, Chicho Ibáñez Serrador, por estar siempre detrás de esa puerta abierta a mundos insospechados, en los que quedábamos atrapados una vez caídos en la tentación de traspasarla. (Por cierto, les dejo... porque está cerrándose la de la habitación donde escribo. Debe ser una corriente de ai...).

* Periodista