Atraído por el interés que despierta en la juventud esa serie de la que todo el mundo habla, incluidos los líderes políticos de este país, algún capítulo suelto he visto de los muchos producidos y emitidos por la cadena HBO en sus siete temporadas anteriores. Nunca consiguieron engancharme como para ver el siguiente. Literariamente no me descubrieron nada, el tremendismo de baños de sangre y cabezas cortadas no me sorprenden, y para orgías ya están millones de páginas en internet. Por otra parte, como los capítulos que he visto han sido salteados no consigo enterarme de cuántos aspirantes luchan por el trono de hierro pues, al parecer, asentar las posaderas sobre él es el motivo de tanto metraje, ocho temporadas, tantos millones de seguidores y tanto revuelo cada vez que se mueve el equipo de rodaje por nuestro país, y supongo que así ocurrirá en cualquier lugar donde desembarquen actores y equipo de producción. La productora lo va cotilleando todo con un espectacular batallón de propaganda (esa batalla sí que la han ganado); esto y lo poco leído por los telespectadores que la siguen han hecho de una novela normalita de fantasía medieval, Canción de hielo y fuego, la Iliada del siglo XXI y de su autor, George R.R. Martin, el Shakespeare contemporáneo. Ya quisieran los showrunner «Demente» y «Diablo» aproximarse si quiera al mundo del bardo de Avon. A pesar de que haters y trolls se levanten contra mí como el ejército de muertos contra Invernalia, no dejaré de manifestar mi opinión sobre este rollo interminable y, visto el último capítulo de la gran paliza el pasado domingo, declarar mi perplejidad ante los millones de jóvenes que hacen vigilia para ver el estreno en la madrugada de lunes. Claro que tampoco entiendo a quienes se van días antes del concierto a las puertas de los estadios para desgañitarse en la primera fila. La última batalla de La larga noche, que se come la hora entera del capítulo, ha costado 15 millones de dólares, movilizó a 750 personas en pantalla entre actores y figuración y se rodó a lo largo de cincuenta y cinco días en Irlanda del Norte. Todo esto y mucho más se cuenta al detalle en los canales oficiales de HBO más los miles de los frikis que son multitud. Pero eso no quiere decir nada, el buen cine es otra cosa. Frente a esa batalla en la que nada se ve, la oscuridad es tal que por momentos se confunden los malos con los buenos, me vienen a la memoria otras batallas inolvidables de películas como Espartaco, Apocalipsis Now, Zulú, Murieron con las botas puestas, Las dos torres, Braverheart, 300 o Salvar al soldado Ryan que, al menos en mí como espectador, despiertan más emoción, más sentimientos y más tensión que los dragones, el rey de la noche y todos sus muertos, que mueren y reviven a la vez. Qué pereza.

* Periodista