¡Ya están, de nuevo, en nuestro cielo, inquietas, versátiles, humildes. Son los amaneceres, el alba, las tardes sonrosadas de primavera y de verano. Con sus ojillos negros de azabache y su menudo pico, traen la ternura, la inocencia, el amor con el que nuestra Madre Naturaleza nos envía de nuevo la esperanza. Planean de un sitio para otro, sobre los tejados, sobre los jardines y las plazas, como si jugaran, como si no dejasen de reír e idear travesuras. Ven a cada pobre que entristece cada esquina. Ven a los niños en su pura transparencia, porque el tiempo aún no ha empezado a transcurrir por ellos. Ven a los enamorados; un beso, ¿el primer beso?, envueltos en amor; acaban de probar el misterioso aliento de ilusiones y promesas. Y las golondrinas vuelven a pasar ante mis ojos, se alejan, parece que no vuelven, regresan, buscan, miran, se alejan, vuelven. Nuestras abuelas nos contaban que están benditas por el Padre, porque en la cruz le quitaron a Cristo las espinas de la frente. Luego será abril y la Resurrección. Luego, por mayo, veremos a sus crías asomar sus menudas cabecillas, peludas, esponjosas, casi transparentes, abrirse en grandes boqueras, aún tan tiernas, para que los padres se afanen en calmar su hambre. En junio iniciarán sus balbuceos en el aire. Serán vida renovada. Si queréis adentraros por uno de los paisajes que guarda Córdoba en su alma, sentaos en el patio de los Naranjos; cerrad los ojos; dejaos envolver por ese tiempo sin tiempo que le da trascendencia a nuestra ciudad. Os sumergiréis unos momentos en un remanso de paz entre tanto fárrago de inquietudes. Todos llevamos esa paz, porque todos llevamos a nuestro niño, por más que nos olvidemos de él, por más que algo oscuro, secreto, se empeñe en expulsarnos y exiliarnos a la tensión, al vacío, a que acabemos cada día en la duda de si hemos vivido algo que merezca la pena o si nos vamos alejando de lo que de verdad somos. No me canso de seguir las golondrinas. Las recuerdo cuando niño, en los claustros de mi infancia; cuando joven, sobre las rosas de los jardines que perdí. Las miro más allá de mi tiempo y de mi vida, con la melancolía de pensar que algún año no regresen porque nos hayamos olvidado definitivamente de nuestra Madre Tierra para legarla pura a nuestros hijos.

* Escritor