La novela El Gatopardo, que consagró al noble siciliano Lampedusa y sirvió al mirífico Visconti para lograr su filme más refinado, es una obra de notable mérito, pero de ella, casi 70 años después, solo han permanecido la insuperable recreación de un ambiente decadentista y, sobre todo, una repetidísima frase afortunada: «Es necesario que algo cambie para que todo siga igual». En el PP, partido donde abundan los gatopardos conservadores, parece haber tomado cuerpo y naturaleza la trascrita necesidad.

Hemos estado verificándolo estos días con la media docena de aspirantes a ser el reemplazo del inextricable Rajoy, que ha abandonado la política usando buenos modos pero como gato escaldado, mientras que el sustituto más querido -Núñez Feijóo-, se salió del fregado cuando todo el mundo lo consideraba el más idóneo para dirigir el partido, Suponemos que la espantada se debe a tener el presentimiento de que, con dos sillones del poder a su alcance, podía terminar sentado en el suelo.

Todos los candidatos, quizás con la excepción de García Margallo, el más creíble pero con una edad que lastraba su aspiración, han insistido en la necesidad de cambiar al conservadurismo, de regenerarlo, de transformarlo dándole nuevas energías e ilusiones; pero, casi siempre, con ideas deslavazadas, antañonas, que huelen a alcanfor y, en definitiva, son más de lo mismo formulado con palabras diferentes. Lo que, primordialmente, se ha puesto de manifiesto en los dichos de las dos concursantes femeninas, viejas glorias marianas del partido, del Gobierno y de la enemistad. Teniendo la curtida señora Cospedal en su debe aquél trabalenguas antológico con el que explicó, copiando a los hermanos Marx, el despido en diferido de Bárcenas, el tesorero con las finanzas tan en B como su apellido.

Como no queremos ni imaginar que a fin de mes los compromisarios del partido vayan a votar en contra --sería reglamentario pero suicida-- de unas bases que han puesto de manifiesto que en el PP se equivocan hasta cuando recuentan a sus militantes, el testigo lo va a recoger -si no quieren hundir el barco haciendo lo contrario de lo que dijeron siempre sobre la lista más votada-, la ganadora Sáenz de Santamaría, vallisoletana que, no siendo tan feroz como el lobo Hernando, ha apostado por recauchutar a la desgastada formación, pero guardando en su relicario personal -como ha iterado en las jornadas electorales-, las esencias inmutables del partido. Un mensaje indudablemente «gatopardesco» y de un conservadurismo que poco tiene de ese centro derecha que todos usan para alardear de lo que no son.

Y no lo son por dos circunstancias de las que se deberían arrepentir, o corregir, si de verdad quieren renovarse en vez de perecer. Una histórica y otra presente. La circunstancia histórica nos lleva a recordar: 1. Que cuando Fraga estaba en Londres de embajador, en los estertores del franquismo, pergeñó en 8 páginas, publicadas en la tercera de ABC, un reciclaje de la dictadura muy alejado de una democracia sin trampa ni cartón. 2. Que a las elecciones del 77 su partido, Alianza Popular, concurrió con 7 magníficos personajes del Movimiento Nacional y el tenebroso, taimado, carnicero y llorón Arias Navarro; todos modelos de centrismo. 3. Que, ya en el Congreso de los Diputados, de los votos que tuvo en contra la Constitución, seis pertenecían a las huestes de Fraga y el otro a un criptoetarra. 4. Que el 23-F el único líder que Tejero no sacó del hemiciclo fue a Fraga. Como se ve, unos antecedentes del más exacto centrismo -entonces se llamaba UCD- al que don Manuel aborrecía, con muy mal estilo, en la persona de Adolfo Suárez.

La otra circunstancia que impide ocupar el centro derecha al PP es más actual: Cuentan con 3 millones de sufragios -si extrapolamos las cifras que suele tener en Francia la señora Le Pen- provenientes de los caladeros reaccionarios, lo que produce un hecho absolutamente singular: España es el único país de la Unión Europea que carece de un partido propio de extrema derecha independiente del conservadurismo. Mientras no resuelvan esta situación, que viene de antiguo, lo van a pasar mal, electoralmente, en un país que ha abandonado el bipartidismo.

Por último, queremos reseñar que, aun existiendo la incertidumbre de lo que pueda suceder cuando voten los compromisarios, peor habría sido el desembarco de la señora Cospedal. Opinión bastante extendida. Conocemos algunas personas, ajenas al conservadurismo que, siguiendo a Rafael Mir, han hecho una novena y encendido velas a san Pancracio, pidiendo que fuera elegida la manchega doña María Dolores de Cospedal porque, a su entender, era la persona más capacitada para descarrilar al conservadurismo de vía estrecha que ella encarna. De momento, los ruegos no han sido atendidos.

* Escritor