Da igual lo que hagan --o dejen de hacer-- algunos políticos, e incluso partidos políticos enteros, siempre tendrán su «clá», sus incondicionales, sus fanatizados seguidores. Cuando salíamos apenas de aquel oprobio del franquismo, nadie imaginaba que llegaríamos a estos niveles de estulticia política, no ya entre las élites partidarias, esas que se auto-protegen en una oleada de autoayuda sin fin en el tiempo y en intereses similares; no, hablamos de gente como usted o como yo, que llegan a defender a corruptos o a quienes les hacen leyes y toman medidas en contra de ellos mismos. Antes, sobre todo en los pueblos, el amo, el guardia civil, el cura y «la autoridad competente» --o sea, el alcalde-- eran los que dirigían la vida de las gentes y aquellos a los que se les rendía culto y obediencia; pero ya llovió lo suficiente como para que la gente fuera un poco más consciente y pensara por sí misma y no se dejara manipular como se deja. De aquel «vivan las caenas» (acuñado por los absolutistas españoles en 1814 cuando, en la vuelta del destierro de Fernando VII, se escenificó un recibimiento popular en el que se desengancharon los caballos de su carroza, que fueron sustituidos por personas del pueblo que tiraron de ella), pasando por una Revolución burguesa e industrial, de la enseñanza universal, de aquellos medios de comunicación hoy ya sobrepasados, del hombre en la luna, de la informática y la robótica, de Internet...Hemos llegado a que nos jodan la vida con sus decisiones y su Boletín Oficial del Estado, como siempre, pero, eso sí, todo ello sabiéndolo al segundo y no solo no hacer nada, sino apoyar los propios damnificados, a aquellos «verdugos» que los ejecutan y les diseñan una vida de penurias, inseguridad y miedo al presente y sobre todo, al futuro.

* Diplomado en Ciencias del Trabajo