Diecisiete minutos antes de llegar a la primera mezquita e iniciar su matanza, el supremacista neozelandés Brenton Tarrant avisó a sus seguidores de la red Facebook de que se encaminaba hacia allí y que estuvieran atentos. La misma red social que censura de inmediato un simple semidesnudo que salga fotografiado en cualquier perfil no pudo detectar lo que estaba ocurriendo y se convirtió en soporte involuntario -aunque ello no la exime de su parte de responsabilidad- de la difusión a cientos de miles de usuarios de las atroces acciones de un terrorista que asesinó a 49 personas mientras lo retransmitía en directo. Sus proclamados controles de contenido para detectar mensajes que inciten al odio o a la violencia no sirvieron de nada.