Las palabras dan el juego que el narrador es capaz de conquistar. Las palabras moldean un escrito de la misma forma que el barro es moldeado por las manos del alfarero. Escribir se convierte así en una actividad casi plástica.

Siempre me llamó la atención la pareja «estar ahí». Es cierto que la vida que nos rodea está llena de dualidades: cielo y tierra, fe y razón, bien y mal o luz y oscuridad. Pero estas dobles miradas nos manifiestan una idea en blanco y negro, mientras que si alguien sabe estar ahí resulta positivo, enriquecedor y beneficioso.

Era yo un adolescente cuando me di cuenta, con claridad, de la importancia de estar ahí. En esas fechas estudiaba interno en el Colegio Salesiano de Pozoblanco. Corría la década de los 60. El recreo era un magnífico maremagnun de chiquillos corriendo detrás de diferentes pelotas y balones. Imaginad doce o catorce equipos de fútbol jugando en el mismo terreno a lo ancho y a lo largo. El caos era casi galáctico, pero dentro de ese desorden tú sabías quienes eran los de tu equipo y tus contrarios. Por supuesto que sabías tus porterías. ¿Alguien se imagina siete partidas simultáneas de ajedrez en el mismo tablero?. Pues eso. Nosotros jugábamos siete partidos de fútbol a la vez y en el mismo campo. Las fricciones, malentendidos y bromas eran frecuentes pero, pero... los clérigos --profesores salesianos-- estaban allí para limar nuestras diferencias y que todos los partidos fluyeran con un mínimo de agilidad. Su sola presencia, a veces, evitaba su intervención. Algunos la llamaban pedagogía de presencia.

¿Qué es entonces estar ahí? Estar ahí es estar pendiente. Es saber diferenciar en tu entorno lo importante de lo accesorio y de lo urgente. Estar ahí supone observar la situación y tomar datos por si tienes que intervenir. Estar ahí es un dejar hacer desde tu puesto en sombra y hacerte visible si la situación lo requiere. Estar ahí es una situación activa en tu interior pero pasiva de cara al exterior, aunque muy conectado con él por si fuera necesario intermediar. Estar ahí es, en definitiva, estar cuando los otros te necesitan y no cuando a ti te viene bien.

Estar ahí es una actitud de enorme generosidad, es un acto de amor constante y responsable. Es una actitud de entrega. Es un pasar desapercibido estando. Es un aparecer respetuoso, sin agobiar, para desaparecer al poco rato tras solventar el asunto o encarrilarlo.

Hay muchas personas que siempre están ahí. Imposible citarlos a todos. Ejemplos concretos de estar ahí es lo que hacen los bomberos o los servicios sanitarios de urgencia. Estar ahí es una forma de entender la vida que tienen algunas personas. Estar ahí a veces se convierte en un desiderátum: Así, los padres debieran de estar ahí, la familia debiera de estar ahí, la pareja debe de estar ahí, los hijos deben de estar ahí, los vecinos siempre estaban ahí y los amigos, afortunadamente, siempre están ahí.

Estar ahí se convierte así en un acto de ida y vuelta: unos dan pero para que la cosa sea completa es fundamental la capacidad de recibir. Qué duda cabe que el equilibrio se produce cuando ese estar ahí tiene la dimensión de la reciprocidad. Es posible que, algunos, a ese estar ahí recíproco le llamen felicidad. Es muy de agradecer que siempre tengamos gente que está ahí. Seguimos.

* Docente jubilado