Lo primero que piensas es que fuiste uno de ellos. Lo segundo que piensas, es que en realidad sigues siendo uno de ellos. Los miras al entrar: te esperan en al aula amplia del Ceulaj de Mollina, sentados en círculo como los caballeros de la Mesa Redonda, con los cuadernos preparados y los bolígrafos entre los dedos, tensos y expectantes, como si fuéramos a empezar a escribir en ese mismo momento. Lo siguiente que piensas, cuando los ves, es algo que ya te habías planteado cuando te invitaron como profesor a la Escuela de Verano para Escritores Noveles del Centro Andaluz de las Letras: que el segmento de edades es demasiado amplio, desde los 11 hasta los 21 años. Diez años que son el arco de una vida, diez años de diferencia que suman varias vidas juntas. Sin embargo, es el primero de tus pensamientos que se disipa: porque desde que comienzan a hablar y a presentarse, explicando por qué escriben y cuáles son sus autores o libros de referencia -aparecen dos buenas autoras de literatura juvenil, J. K. Rowling y Laura Gallego, junto a Kafka, Oscar Wilde, Arthur Conan Doyle, Ángel González y Alberto Méndez-, comprendes que comparten edades de entusiasmo. En sus miradas hay algo que tuviste alguna vez: una mezcla vibrante de curiosidad o de arrojo, de infinito relámpago y de asombro, de inseguridad y destello, pero también de fe absoluta y de convencimiento. Porque cada uno de los 35 chicos y chicas que tienes frente a ti son escritores. Unos lo saben ya y otros aún no. La tercera noche, después de haber convivido varias sesiones con ellos, hablas con otro amigo escritor por teléfono y le cuentas la experiencia, le dices que te están devolviendo parte de tu juvenil fe en la literatura, en aquel viejo fulgor de la escritura. Él se ríe un poco porque conoce tu necesidad de aplicar intensidad a la vida, y te responde, no sin sentido común, que no pueden ser los 35 estupendos. Le dices: «Mira, el mérito es de los que hicieron la selección, y estoy seguro de que también se quedó atrás gente valiosa, porque un chaval que se presenta para participar en una Escuela de Verano de Escritores ya sabe lo que quiere. Pero se presentaron 236 y seleccionaron a 35. Algunos se han quedado fuera por décimas. La clase se divide en dos grupos: los muy buenos y los geniales. Y no hablo solamente con parámetros de edad. Es que son muy buenos».

La dinámica que planteas es sencilla, porque se trata de ir incorporando algunos apuntes teóricos mientras nos lanzamos a escribir. Les dices -porque es verdad- que no has venido a contarles un puñado de verdades universales, sino a sentarte a escribir y a aprender con ellos. Les señalas las ventanas entornadas para que no deslumbre el sol de la mañana, y continúas: «Vosotros ya sabéis escribir. De manera instintiva hacéis autoficción, autobiografía, ficción pura y metaliteratura. Yo quiero abriros esas ventanas para que miréis al otro lado las mil posibilidades que hay. La escritura es un traje que tenéis que hacer a vuestra medida, tenéis que sentiros cómodos con él». Cómodos no: sueltísimos es lo que están. Después de la primera charla sobre verosimilitud y realismo, primera y tercera persona, se lanzan a escribir. Entonces notas que lo estaban deseando. Y eso que tienen contigo cuatro horas matutinas de narrativa y, por la tarde, otras cuatro horas de poesía con la escritora Ioana Gruia. O sea: ocho horas diarias de clase teórica y práctica. Aún así, no se cansan, pero tampoco te agotan: estar con ellos es un continuo chute de energía. Se levantan de las sillas. Buscan los sofás, salen al patio, se concentran. Se sientan en el borde de una ventana. Aprietan el boli. Miran al vacío, de pronto arrancan.

Luego, cada uno lee su texto y todos opinamos. No hay edades aquí entre los 11 y los 21. Todos son un mismo cuerpo de escritura. ¿Y las opiniones? Respetuosas, sin ninguna frontera, lo que nunca termina de maravillarte. Los temas son variados: desde la imaginación más luminosa hasta la más áspera dureza de vivir. Se escuchan, toman nota. Después te escuchan a ti y es emocionante su atención. Pero los miras a los ojos: sabes que por mucha atención que te presten, lo que todos están deseando es volver a escribir.

Gente fantástica los trabajadores voluntarios de la Agencia Andaluza de Instituciones Culturales: cuánta vocación, cuanto entusiasmo sin horas. Te han esperanzado, te han hecho feliz. Respiras. Ya eres uno de ellos. Por eso mismo ahora, al terminar el curso, lo primero que vas a hacer es escribir.

* Escritor