Hollywood abomina hoy de un depredador sexual, un hombre que era un halcón empresarial, un productor de éxito arrollador que por las mañanas movía los hilos de la industria cinematográfica y por las noches se tornaba estuprador de actrices principiantes y secretarias desorientadas. Da gusto cómo, con gran valentía, desfilan ahora las acusaciones y varias actrices de renombre confiesan que Harvey Weinstein las acosó al inicio de su carrera --Angelina Jolie, por ejemplo-- y tanto hombres como mujeres escupen sobre lo que ya puede considerarse su tumba social. Su esposa lo abandona tras inflarse de vender modelos de alta costura en la alfombra roja de los Oscar, y hasta Obama pide que recaiga sobre él la ley y el rechazo social, aunque en su momento los demócratas aceptaron sus donaciones. Ha sido necesario que algunas jóvenes den el paso, con el riesgo de ser dobles víctimas --víctimas del productor de cine, víctimas de la sociedad que no quiere saber nada- con la suerte de que eran tantas las evidencias que esta vez las han creído. La meca del cine se echa las manos a la cabeza, extrañada de que este empresario haya podido ir por la vida cometiendo tamañas fechorías. Sí, claro. Pues verán, como diría el castizo, a otro perro con ese hueso. Lo sabían todos y callaron. Así que el escándalo no es lo que está pasando. El escándalo son 30 años de silencio de esos justos que ahora se apresuran a condenar cuando ya no es posible mirar para otro lado.