Para la OMS en su página web (texto de Scott Barrett) «una enfermedad se considera controlada cuando, por medio de una política pública, se consigue limitar la circulación del agente infeccioso por debajo del nivel en que se mantendría si los individuos actuaran por su cuenta para controlar la enfermedad. Una enfermedad se considera eliminada cuando se controla suficientemente para evitar que se declare una epidemia en una determinada zona geográfica. El control y la eliminación se consiguen a nivel local, mientras que para hablar de erradicación de la enfermedad hay que haberla eliminado en todas partes». La erradicación no es, por tanto, la eliminación de la enfermedad, sino que es una etapa final en la que incluso se contempla la eliminación del virus circulante.

La diferencia fundamental entre erradicación y control es que en la primera se eliminan todos los casos y en la segunda se reduce la morbilidad y mortalidad. Aunque el único virus que se ha podido erradicar por el ser humano es el de la viruela, pero incluso en este caso aún se conservan algunas cepas distribuidas en Atlanta (USA) y Koltsovo (Rusia). También se podría haber erradicado el virus de la polio (e incluso el sarampión) pero cuestiones sociales y políticas en los países endémicos lo han evitado. Resulta notable que reputados expertos salubristas sigan insistiendo en que las actividades preventivas contra el covid-19 no se realizan bien o son insuficientes. E insisten porque aún piensan que estas medidas son para la erradicación del virus cuando bien saben o deben saber que esos no son los objetivos en la situación actual de la enfermedad pandémica y sobre todo en este tipo de enfermedades de transmisión directa entre personas (incluida la de aerosol), con portadores asintomáticos, con una interpretación a veces difícil de las pruebas y con unas medidas preventivas no fáciles de implantar. Lo que no cabe duda es que una epidemia se termina cuando el número de susceptibles no es suficientemente denso, según el modelo SIR (Susceptibles; Infectados; Recuperados) de Kermack y McKendric. En el control de estas epidemias de transmisión directa entre personas además se da la paradoja de que con menos infecciones hay más población susceptible y mayor posibilidad de contagio de esa población, que al tiempo va a disminuir la densidad de la población susceptible. El problema y la paradoja es que para que haya una protección de grupo tiene que haber un nivel de población inmune alto.

Parece que no se aprendió lo suficiente con la pandemia de gripe A del año 2009, una enfermedad que se quiera o no es similar en muchos aspectos y en su epidemiología al covid-19. En la gripe A se intentó desde un primer momento una estrategia de erradicación, que no de control, una estrategia pensada con el antecedente de otro coronavirus que provocaba el SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Severo), que se conoció en 2002, se identificó en el 2003 y los último casos se produjeron en 2004; una estrategia que resultó exitosa.

En la gripe A el resultado fue que se extendió por todo el mundo y de hecho se integró en los virus estacionales que nos afectan cada año en la epidemia anual de gripe y contra lo único que se puede hacer es la vacuna y consejos sanitarios. Y se tuvo que dejar al margen la estrategia de erradicación porque la realidad citada era la que era. Una estrategia con respecto al covid-19 que no hubiera sido eficaz a pesar de todas las críticas por su tardanza en aplicarlas, ni en marzo, ni en febrero, ni posiblemente en enero cuando aún no existían casos comunitarios sino importados. Cuando se pudo detener al comienzo haciendo test a todos los sospechosos de padecer la enfermedad o que provinieran de lugares con transmisión comunitaria como China e Italia, no se hizo o no se pudo hacer por falta de recursos, y el virus, por lógica, se expandió. Las acciones de control y contención que ahora se realizan ¿no hubieran sido más eficaces entonces? O quizás no, pero eso es ya un contrafáctico.

El rastreo, se haga bien o mal, y siendo importante en la prevención, tiene una eficacia limitada en la incidencia de la enfermedad porque sencillamente esto es una pandemia y una pandemia -perdón por la tautología-- es una pandemia. Como bien dice el epidemiólogo de Cantabria Adrián Hugo Aginagalde, ni el rastreo ni las mascarillas han conseguido nunca detener una pandemia. El confinamiento hizo que la curva epidémica cayera, pero así ocurre en todas las epidemias; por eso las predicciones catastrofistas nunca aciertan.

Otro grupo de salubristas hace unas semanas ha pedido la evaluación de las decisiones sanitarias (habría que decir de la política sanitaria). ¡Claro que hay que evaluar! Eso, como diría Groucho Marx, lo sabe hasta un niño de 4 años. Pero ¿qué es lo que hay que evaluar? La evaluación de las políticas sanitarias es deseable y obligada, pero habría que empezar por las evaluación de las tecnologías sanitarias, entre las que se incluyen las medidas de salud pública. Es verdad que hay y habrá que evaluar las actuaciones pasadas, presentes y futuras pero sin maximalismos ni cuadraturas de círculos.

¿Todo lo anterior quiere decir que no es necesario hacer lo que se hace? No, sí hay que hacerlo ya que la detección precoz es el único arma efectiva que ahora tenemos, pero sin objetivos irrealizables que confundan a la sociedad y que se utilicen como ‘piedra de toque’ de lo que hay que hacer y lo que no y de su fracaso o no.