La situación escapa a toda la lógica. Inmersos en una catástrofe sanitaria, azotados por una crisis económica y social que se antoja igualmente catastrófica, contemplamos a una parte de clase política enredada en cuitas que están muy lejos de ser prioritarias. Ante la herida sangrante, discutimos en vez de aplicar vendas con urgencia. Una mezcla de incompetencia, soberbia e intereses partidistas mueve a los peores líderes. Pero, más allá de ellos, ¿por qué buena parte de la ciudadanía entra en un juego perverso que solo le perjudica? Un artículo reciente del ‘Financial Times’ alertaba del pernicioso vínculo entre soledad y populismo, de cómo el aislamiento alimenta las políticas de la intolerancia. Durante el confinamiento, el uso de las pantallas se disparó. Hasta más de nueve horas de media al día, según el Observatorio Social de La Caixa. La información sesgada, el miedo y la crispación se retroalimentan. Y se están levantado empalizadas. Es humano buscar muros de protección, también cometer el error de confundir las defensas propias con los trampantojos levantados por quienes siempre permanecen indemnes.