Parece que la pandemia nos trae una segunda vuelta de tuerca para este otoño que comienza. No sólo porque lo diga Fernando Simón, sino porque lo decimos los ciudadanos que hemos aprendido después de la primera oleada del coronavirus a desarrollar un sexto sentido que intuye lo que hay detrás de las noticias, de las declaraciones y los gestos políticos... Lo qué se esconde detrás de las miradas de las personas que transitamos las calles con la mascarilla de penitencia. Y hay mucha ansiedad, demasiada incertidumbre. Pero no solo por ese riesgo latente para nuestra salud y la de los nuestros, sino porque esta situación nos está cambiado los hábitos, las costumbres, los valores, las formas y maneras de expansionarnos. Esa sociedad del ocio que se había construido parece que se ensombrece y se va oxidando como una antigua noria abandonada que cambia las risas y el griterío alegre de los niños por el chirriar del óxido. La primera consecuencia de toda esta nueva situación se está sufriendo ahora debido a ese cambio de paradigma, pero precisamente por ser la segunda vez que arremete el virus contra nuestro estilo de vida es el momento clave para utilizar las herramientas de progreso que hemos adquirido en la primera fase de la pandemia y de emplearlas para sembrar en otro campo nuevo, en otro orden de ideas y pensamientos. Tal vez esta situación nos esté poniendo a nosotros mismo frente a ese estilo de vida demasiado materializado, demasiado parasito de nuestros recursos materiales. Y que hemos venido viviendo desde hace décadas. Detrás de las desgracias, de las crisis y en este caso de la pandemia siempre ha existido y existe esa otra visión más espiritual de la vida, de las cosas, de las personas, de lo que nos rodea. No nos va a quedar más remedio que buscarla, y no como un castigo, sino como una ilusionante solución.