Quizás muy pocos recuerden al banquero y gestor vasco Pedro Luís Uriarte. En los años noventa del pasado siglo fue el número dos del BBV y su auténtica locomotora. Un hombre muy prestigiado que sin embargo fue arrollado, como su jefe y presidente, Emilio Ybarra, y toda la cúpula del banco, por un hombre oscuro colocado por José María Aznar en la presidencia de Argentaria con la única misión de echar a los vascos del control de la entidad recién creada tras su fusión con el BBV.

Ahora cuando Francisco González (FG) trastabilla por la cuerda floja de escandalosas andanzas (Villarejo espió para el para él a miles de personas) envía una carta abierta a varios periódicos con el propósito de limpiar la imagen del presidente Ybarra, depuesto y ya fallecido, y también con el interés implícito del desquite. No menciona nombre alguno, aunque entreverados en un lenguaje simbólico aparecen todos los que fueron determinantes en el desalojo de los neguris de la alta dirección del BBVA para dejar la sede del banco en Bilbao «en almacén de ropa barata» y a todos ellos enlodados en el fango de las cuentas secretas de Jersey para «pagar a ETA».

Los protagonistas son José María Aznar («Ybarra no supo que el viento en la cumbre sopla fuerte»), un juez estrella llamado Baltasar Garzón, que se llevó los más fervorosos vítores y aplausos del PP «ahora estrellado», el periodista Pedro Jota, «que tanta leña echó a la hoguera, desplazado», y, claro, FG «el farisaico que intentó encarcelar» a Emilio Ybarra.

Esta si que fue una cacería fenomenal, similar (simbólicamente) a las que perpetrara antaño Franco. Desde entonces no ha ocurrido nada parecido, aunque unos aventureros como el empresario del ladrillo Del Rivero, al parecer ayudado por incautos como Miguel Sebastian, también desalojado por FG, intentaron aplastar al farisaico años después siendo abrasados por el aceite hirviendo que, al parecer, también atizaba el expolicía Villarejo.

Ahora las tomas de los grandes castillos empresariales se realizan con mayor discreción. Son los fondos de inversión (también buitre) quienes operan en la sombra hasta quedarse desde imperios financieros a cortijos; desde empresas achatarradas a boutiques de platino. Y detrás de ellos llegan las grandes tecnológicas y sus apoyos políticos internacionales de lenguas de fuego y cañones de uranio. La banca, ese gran ogro, empieza a ser un oso desdentado. Cuando ocurrió el asalto del BBVA todo el mundo se enteró, ahora el movimiento de la boa solo lo sigue a duras penas un puñado de jóvenes periodistas casi desconocidos. En unos años puede que sus crónicas desatendidas de hoy terminen siendo referencia.

* Periodista