Un gesto con sonrisa contenida se dibuja hoy en nuestro interior. Hoy la «entrega» y el «ejemplo» inundan nuestras almas, hoy toca lanzar las palomas al aire por ti. Y es que despedir a un padre nunca es fácil, pero cuando el que se va es un marido excepcional, un padre ejemplar, un hermano y cuñado entregado a los suyos, un abuelo atento, un amigo incondicional y un médico sobresaliente, la pérdida se convierte en riqueza interior y en un homenaje al que, sin lugar a dudas, es el mejor hombre que hemos conocido.

Nuestro padre fue una persona dedicada por completo al servicio a los demás, estandarte de entrega y ejemplo, valores de los que por suerte nos ha emborrachado a los que hemos estado a su lado. En su vertiente profesional dio todo lo que podía dar para mejorar como médico y poder ayudar a sus pacientes, que tan agradecidos han estado y estarán por siempre con él. Como marido se entregó en cuerpo y alma a su amada esposa, nuestra madre, de la que ha estado completamente enamorado desde el primer día que la vio hasta su último suspiro. Como padre ha sido un ejemplo tan grande y potente que nos permite despedirle con tanto agradecimiento que ahoga la pena. Sus nietos le quieren con desmesura. Siempre ha sido un bastión para sus hermanos, a pesar de ser el pequeño de la casa. Sus cuñados y sus amigos lo adoran como si de un hermano más se tratara.

Se ha marchado un gran hombre, una bellísima persona cuyo vacío llena él mismo con su incuestionable legado.

Descansa en Paz, papá

No podemos concluir estas palabras sin agradecer a todo el equipo del Servicio de Hematología del Hospital Universitario Reina Sofía sus esfuerzos por alcanzar la difícil cura de nuestro padre y esposo, su cariño y sus cuidados, sin los cuales sus frecuentes estancias en el hospital hubiesen sido mucho más dolorosas.