Aquí llueve, en el lugar del que vengo solo llueven los misiles. El mundo ha abandonado a mi pueblo. Dicen que un hombre puede volverse loco si vive dos realidades. Y aquí estoy, lejos de una familia y conviviendo con otra. Me levanto cada mañana, trabajo, veo la tele, como y duermo caliente, oigo las noticias y sobrellevo el día día de la pandemia. Aún en estas circunstancias la vida sigue su proceso. Pero mi corazón no está aquí, sino con la familia que me dio la vida, la que sobrevive en aquellos campamentos que son un regalo del cielo solo por seguir vivos.

Padres, hermanos, hijos, amigos asediados no por un virus, sino por el frío cuando yo me tapo, por el hambre cuando como. Cansados y sin cama cuando yo destapo la mía.

Aquí hablamos de libertades, de libertad de expresión, de educación y hasta de libertad para morir. Allí toca defenderse simplemente para sobrevivir, para recuperar la libertad en mayúscula, esa que nunca tuvo todo un pueblo.

Aquí veo carteles luminosos, anuncios de neón, regalos con lazos de colores y la palabra paz hasta en la música navideña. Allí estamos en guerra, en una guerra de muertes y bombas que matan de verdad. Esa guerra que la mayoría de los medios de comunicación no visibilizan por extrañas razones.

Desde que se violó el alto al fuego firmado en 1991, comunicado el pasado 13 de noviembre, me despierto a las 6 de la mañana buscando alguna noticia que me devuelva la esperanza de saber que allí están vivos y poder soportar el resto de la jornada. Porque aquí sigo tras años de sacrificio y renuncias, sin estar con los míos. Ahora más que nunca la única forma de aportar mi granito de arena es seguir trabajando aquí y mandar el dinero que mantiene allí la maltrecha economía de una familia de muchos, sin trabajo alguno. Soy un robot que sueña con tener el corazón libre en mi tierra.

Mientras aquí el Gobierno español mira para otro lado, allí hay un rey alahuita que ha lanzado un órdago para el que acumulaba las mejores cartas, con Trump como la primera. Si consigue esta victoria será el primer paso para Ceuta y Melilla, para culminar la apropiación de aguas jurisdiccionales y hasta para acceder desde allí a Mauritania. Nadie, ni aquí ni en el mundo, nos ayuda, porque aquí y en el mundo mandan los intereses económicos, falta el valor de la integridad que nos sobra como pueblo y priman los fosfatos, las reservas de petróleo, el gas, el uranio o el cobre, los parques eólicos y los fotovoltaicos y hasta las telecomunicaciones.

El mundo y la ONU ha abandonado a mi pueblo. Yo no puedo. Me llamo Dahba y soy saharaui.

* Abogada