La popular cuesta llamada, por desviación del pueblo, de Pero Mato, que comienza en la plaza de Jerónimo Páez, y escalones arriba llega hasta los muros del convento de Santa Ana, tiene en su antigua historia un suceso que conmocionó a la Córdoba de aquellos tiempos. En el último tercio del siglo XVI, dice mi admirado Teodomiro Ramírez de Arellano en su libro Romances Histórico-Tradicionales de Córdoba, que ocurrió un hecho que fue la admiración y espanto de la nobleza y pueblo. Cuenta que en la casa del rincón que está frontera a la cuesta vivía un acreditado médico; Pedro Mato, portugués, con su mujer Beatriz Cano, en hermosura modelo, aunque de carácter poco reflexivo.

Dicen que un Páez de Castillejo que en aquel tiempo moraba el hermoso palacio, fijó sus miradas en doña Beatriz Cano, y como era hombre adinerado, buscó a la criada de la señora, a la que sobornó, para que sirviera de puente a sus demandas amorosas, cosa que al fin logró: «Manchándose así el lecho de su tierno esposo». En éstas, la criada se tornó en exigente, y tuvo un altercado con su señora, la cual abofeteó a la sirviente, jurando la criada vengarse de tal afrenta. Pronto cumple su amenaza y delata a la señora al cariñoso marido; ella, sobrecogida de espanto y viendo su muerte cercana, escapa de la casa y se refugia tras los muros de un convento. Pedro Mato en principio no cree tal denuncia y busca por toda la casa a su señora, ocultando a sus dos hijas los pormenores del escabroso lance. Después, y tras escuchar los rumores de la ciudad, entra en un mar de dudas. Entonces escucha los consejos de amigos y parientes, y tras días de más dudas, donde interviene el obispo Fresneda, al fin la palabra perdón el doctor pronuncia. «A la casa del doctor, al fin la culpable torna, pero no vuelve el cariño del esposo hacia la esposa, no es la amante compañera de su corazón señora. Y cuando en Córdoba se iba olvidando el lance, hubo alguien envidioso y canalla que recogió varios cuernos, que atados de una soga y unidos por sus extremos formaron una grotesca corona que colocaron sobre el dintel de la puerta de Pedro Mato. El doctor cuando descubre el hecho, sale de su casa sin saber qué hacer, y cuando torna todo airado, al ver a su mujer con furia la tira al suelo ahogándola al instante. Pedro Mato escapa como un loco y la ciudad abandona; el lance pronto se cunde y la justicia al pronto acude, pero nadie logró dar con el paradero del doctor. Las hijas de Pedro Mato entraron en el convento de la Encarnación, y andando el tiempo se sabe que el monarca lo perdona, reapareciendo en Sevilla como doctor de gran nota.

<b>Rafael Prados Flores</b>

Córdoba