Como conozco que es, desde los viejos tiempos de Alianza Popular y sin pedir nada a cambio, un militante fiel, enterizo del partido conservador, al encontrármelo, a finales del mes pasado en la antigua calle Cruz Conde, le di, sin pararme, la enhorabuena. Enseguida se detuvo para preguntar a qué se debía el parabién. «Hombre --le dije--, porque habéis conseguido que, contra viento y marea, vuestro nuevo líder salga ileso del rifirrafe universitario ocasionado por el máster que, a estas alturas, nadie sabe si fue o no fue, si lo mereció o se lo regalaron». Mi sorpresa alcanzó una cota mayúscula cuando el viejo y honrado militante me espetó, literalmente, que se alegraba de la noticia, pero eso no impedía, que su partido, «desde que eligieron a Casado, está en manos de un petardo que tiene peligro». Fin de la cita, como decía don Mariano.

A renglón continuo, le confesé mi extrañeza porque una persona comedida, como él, reconociera que tenía de jefe político a un individuo tan peyorativamente considerado. Su explicación fue que había alcanzado la cumbre presidencial porque los votos que obtuvo en su elección de los compromisarios del aparato, que corrigieron a la mayoría otorgada por las bases, no fueron sufragios a su favor sino en contra de la candidata Santamaría, y para darle a su valedor Rajoy un bofetón sin manos por, entre otros motivos, no haber previsto el resultado de la censura que descolocó a muchos militantes. En este punto, le indiqué que eso que me estaba contando se asemejaba mucho a la resurrección de aquel «¡Viva Belmonte!» que también significaba gritar un muera a Joselito. «Sí, sí, algo parecido», fue la respuesta para, de inmediato, reconocer que las cosas habían tomado unos derroteros que él había previsto desde que conoció que se presentaba a las elecciones primarias el exministro García Margallo con la intención de fastidiar a su odiada Soraya que lo había dejado sin la cartera de Exteriores. Agrias miserias humanas.

Sin hacer un hueco para que me expresara, insistió en que Casado muestra a diario la baja calidad que padece, aunque sea un buen trepador intrigante que, bajo cuerda, informaba a Aznar de todo lo que no debía. La última vez que puso de manifiesto su escasa valía --precisó-- ha sido cuando, hace pocas fechas, en un foro internacional, hablando con Jean Claude Juncker, nada menos que presidente de la Comisión Europea, le confesó que «España es un desastre con el nuevo presidente socialista». Coincidimos, al enjuiciar dicha conducta, en que su pequeñez pública le impide llegar a la altura del traidor. En realidad, se trató de una indecencia en forma de cagarruta dialéctica que si, sobre un presidente conservador, la hubiera pronunciado Sánchez, todas las huestes reaccionarias que votan al PP se habrían rasgado las vestiduras, mandándolo a la picota mientras recordaban a Sagunto, Numancia, el 2 de mayo, el alcalde de Móstoles, Agustina de Aragón y otros heroísmos.

Cambiando de tema, le recomendé que, si alguna vez se encuentra con el hijo de Adolfo Suárez, que Casado ha metido en su bote, le diga que lea en el Diario de Sesiones del Congreso el debate de la moción de censura que instó Felipe González, para que se empape bien de lo que pensaba de su padre el altanero, el indómito Fraga Iribarne, ebrio de mala leche en aquel lance parlamentario.

Como en la última parte de la conversación lo encontré pesimista sobre el futuro de su formación política, quise levantarle el ánimo reconociendo que el PP no es solo el último paniaguado de Esperanza Aguirre que por ahora no le salió rana, ni el siervo del imperecedero Aznar, pues tiene, con Casado y sin Casado, unos votos fijos, constantes, irreversibles --los que obtuvo en los últimos comicios--, que no se los quita nadie. Siempre seguirá recibiéndolos aunque los más altos dirigentes falsearan de cabo a rabo sus currículos académicos, solo se dedicasen a chapotear en las cloacas o asaltaran el Banco de España con pasamontañas y metralleta. Después de pedirme que no fuera tan malicioso, nos dijimos adiós, emplazándonos para otro día.

* Escritor