No sabía lo que iba a ver cuando le di a «reproducir». Me costaba entender que lo que estaba viendo era real. Estaba tan bien contado, tan bien construido, y era tan terrible, que se me hacía imposible consumirlo como si fuera parte del mundo en el que vivo. Don’t F**k with Cats, traducido al español como A los gatos ni tocarlos: un asesino en internet, nos cuenta la historia de Luka Magnotta, un asesino en serie canadiense que empezó sus terroríficas andaduras subiendo vídeos a internet en los que mataba gatitos para después acariciarlos, recreándose en su crueldad. Tras despertar el odio de millones de personas por todo el mundo, siguió subiendo vídeos hasta que llegó a la total expresión de su vileza: un asesinato meditado, desapasionado, atroz.

El documental cuenta las andanzas de los que intentaron encontrar a Luka tras saber de la existencia del primer vídeo, generando una oleada de atención y fama que Luka abrazaría, satisfecho, provocándoles e incitando una persecución que le acompañaría hasta el día que terminó entre rejas. Luka perseguía la fama, e internet se la dio. Internet ha creado una nueva mentalidad de masa, y ahora podemos participar desde la comodidad de nuestra casa. Podemos quemar brujas en pijama, crear huracanes de odio y terror en zapatillas y ver cómo el mundo se desintegra acurrucados en el sofá. Podemos ser testigos de toda clase de atrocidades a un clic de distancia.

Y al final del documental, un último miedo y reflexión: ¿somos los espectadores cómplices del monstruo? La respuesta sencilla sería «sí». Todos somos un poco culpables, porque ser testigo voluntario es ser de alguna manera parte de lo que estás mirando. Somos cómplices por aceptar esta oscura fascinación hacia lo terrible, por no apagar esta curiosidad mórbida que nos lleva a ver y compartir este tipo de contenido. Luka es el culpable, pero los demás llevaremos siempre el peso de haber sido el público que él tanto deseaba y necesitó para terminar de convertirse en la peor versión de sí mismo.

* Periodista y músico