La celebración del nacimiento de Jesucristo sustituye a otros cultos más antiguos del solsticio de invierno y, al extenderse el cristianismo por el mundo, las costumbres son variadas y variopintas. La nuestra, además de intercambiarnos regalos, es comer opíparamente si es posible. En familia y con amigos y con compañeros de la empresa... Hay quienes no dan abasto. Tengo yo un amigo que estos días anda cogiendo aviones para asistir a las comidas de Navidad que organizan las varias empresas en las que es consejero-delegado. Madrid. Bilbao. Barcelona. A Coruña. Málaga. Vuelve a casa desmoralizado: trae unos kilos de más en su cuerpo y tanto avión tampoco es bueno para el clima. Pero es bueno para el comercio y el consumo y aún le esperan familiares y amigos... El iluminado de calles y plazas le enciende. El clima puede esperar. Es un caso extremo, supongo.

Los políticos siempre tienen alguna idea o propuesta o chorrada que «poner sobre la mesa» (es su expresión favorita), pero hay ciudadanos que no tienen ni mesa ni familiares ni amigos con quien festejar la próxima venida de Jesús y acuden a los comedores de servicios sociales. Es el único regalo que reciben. Estos deben andar aún más desmoralizados y pensando en el fin del mundo y la segunda venida de Jesús Cristo. No obstante, la pobreza no es un invento nuevo de las mentes económicas y políticas de hoy. Gómez de la Serna cuenta cómo Valle-Inclán tuvo que contentarse un 25 de diciembre con compartir un huevo duro con sus cinco hijos. Debió serle duro al genio. Y durante los años de posguerra muchos españoles no tenían pavo o gallina que poner sobre la mesa familiar.

En realidad, el Adviento tiene su parte escatológica, como el comer mismo. Pero Giovanni Papini en El Libro de Gog pensaba que esa necesidad de injerir alimentos debía realizarse en solitario y Buñuel en El fantasma de la libertad ofrece una escena que completa el círculo virtuoso de la naturaleza: unos diplomáticos alrededor de una mesa repleta de manjares sentados sobre tazas de water donde evacuar. Uno de ellos sale al excusado y, en vez de hacer allí sus necesidades, se pone a comer. ¿Surrealismo? Es sabido que en estas reuniones, donde la cultura se enfrenta a lo escatológico, se hablan idioteces, se sueltan impertinencias, se emborracha la gente, se desatan celos y rivalidades y los comensales acaban devorándose entre sí. Tal ocurre en muchas de nuestras comilonas navideñas y por ello las empresas prohíben que sus empleados hablen de política y otros temas polémicos. Las familias, por su parte, recuerdan a los ausentes y se les amarga la amorosa cena. La redención del mundo, que es lo que se celebra, no suele estar incluida en el menú.

* Comentarista político