Las acusaciones sin pruebas contra Plácido Domingo han traído a mi memoria un episodio del pasado que hasta hoy he guardado en secreto: hace veinticinco años fui seducido por Claudia Schiffer. Aunque nunca he estado en Alemania, recuerdo perfectamente que todo sucedió en Berlín. Por aquel entonces yo era un apuesto veinteañero de casi metro sesenta de estatura, con incipiente sobrepeso y una dentadura que estaba pidiendo a gritos una ortodoncia. Una fría tarde otoñal, en la avenida Kurfürstendamm, me crucé con Claudia, que, en animada charla con su amiga Bernadette, paseaba su despampanante belleza por las calles germanas. Por raro que parezca no reparó en mí, aunque al momento advertí lo fingido de su desdén, pues pese a no entender ni jota de alemán pude oír cómo musitaba por lo bajini: «nacht der lust und ausschweifung», refrán típico de la baja Baviera que se traduce como «con ese morenazo pasaba yo varias noches de lujuria y desenfreno».

Han transcurrido más de cinco lustros desde aquel fugaz encuentro, y si bien debo confesar que lo mantenía en el olvido, la campaña de descrédito emprendida contra el tenor español -junto con la noticia de que la fortuna de la sugerente modelo alemana asciende a más de cien millones de euros- ha aflorado en mí un sentimiento de culpa por no haber denunciado la ultrajante vejación sufrida, y que, con algo de retraso, me está ocasionando un grave sufrimiento psicológico que aspiro sea resarcido económicamente. Para ello visité la semana pasada a un abogado que tras oír los pormenores del caso, además de trasladarme su incredulidad, me objetó la inexistencia de prueba alguna que avalara mi acusación, diciéndome algo acerca de la presunción de inocencia, la ética y el derecho al honor. Seguro que era un facha. Afortunadamente descubrí por internet a Libertad, asesora jurídica de una asociación denominada «me too conmigo», que inmediatamente me citó en su despacho previo pago de una sustanciosa provisión de fondos destinada según dijo a «la causa». Superado el inicial recelo producido por su evidente desinterés por la higiene corporal, y por un reproche expresado al comprobar mi condición de varón («no es culpa mía», respondí contrito) , he descubierto en ella una verdadera abanderada de mi lucha, hasta el punto de que ha tenido la delicadeza de no preguntarme jamás qué hay de cierto en mi relato. Aparece de forma recurrente en programas de televisiones amigas hablando de otras muchas humillaciones a las que me sometió Claudia, y que ni yo mismo recordaba. Ha habilitado una dirección de correo electrónico (stopalavalkiriateutona@metooconmigo.com) para contactar con quienes, como yo, han sido víctimas de la libido de la top model, y a la que ya han escrito Lorenzo el bizco y Juanito el tachuela. Está convencida de que muy pronto recibiremos una oferta económica que pondrá fin a nuestra cruzada de desprestigio.

Pese a nuestro optimismo, temo que la falsedad de mi historia pueda resultar un obstáculo para la consecución de nuestros fines extorsionadores. Quizá debí acusar a alguien que no pudiera defenderse. Voy a hablarle a Libertad de cuando Marilyn Monroe me obligó a acostarme con ella.

* Abogado