La consulta de atención primaria --o sea, el médico de cabecera o de familia-- lleva ya un retraso de tres cuartos de hora sobre las citas previamente adjudicadas. Es decir, ahora debería estar dentro la señora de melena rubia y mediana edad que lleva un sobre lleno de papeles. Pero no le toca, porque previamente deberán pasar otras ocho personas que tienen el turno antes que ella, dado que las citas se conceden de cinco en cinco minutos. Al menos, estas. En la sala de espera ya se conocen todos, pues al llegar han ido preguntando y ordenándose entre ellos. Da la casualidad de que no ha faltado nadie, así que esa leve esperanza de ganar una posición se desvanece. Comentan entre ellos el retraso. incluso hay quien se permite decir eso de... «pues vaya si estará enferma la que ha pasado, porque lleva cerca de media hora dentro». Pero, claro, esa misma persona que insinúa cierta pérdida de tiempo en los demás es seguro que no tendrá prisa cuando le toque pasar a consulta. Le gustará explicarle a la doctora lo que le pasa y, a ser posible, encontrar soluciones.

Pero es humano, la gente se impacienta. Sabe que, si el ritmo continúa así, la espera será no ya de tres cuartos de hora, sino de hora y media, quizá más. Ese hombre, jubilado, tiene prisa --dicen que es propio de las personas mayores-- pero al mismo tiempo no piensa marcharse sin sus recetas por nada del mundo y esperar a que pasen estos días de turnos de vacaciones sin suplentes. La pareja que conversa tranquila empieza ya a hacer algún gesto de hastío. Sale la paciente que está dentro y parece correr una brisa de alivio, pero durará poco. Entran dos personas, parecen familiares, y dicen que tienen dos números. O sea, diez minutos de atención. Ahora, cuando entren y digan sus nombres, la doctora tendrá que buscarlos en su ordenador --antes había auxiliares, pero como ahora lo hacen todo los facultativos, apenas tienen tiempo de mirar al enfermo a la cara-- comprobar el historial, revisar la analítica o las pruebas, preguntar cómo están, e incluso (¡no me digas!) auscultar, mirar, tocar una espalda o una pierna... Quién sabe, hacer de médico.

Todo terminará con un diagnóstico y/o alguna petición de pruebas o analítica. ¿En cinco minutos? Pese a ello, la doctora cumplirá con su cometido, aunque, claro, tardará veinte minutos, o media hora... Fuera, los pacientes aguardan, revolviéndose inquietos. Pero no protestarán, porque saben que esa profesional, como otros muchos, les está regalando su tiempo y su trabajo en condiciones insoportables. Los médicos de atención primaria están pidiendo que les permitan dedicar 10 minutos a cada consulta, y esa petición, que implica más personas y dinero para el SAS, parece un imposible. Pero, claro, muchos de ellos ya están dedicando esos diez minutos y muchos minutos más a los pacientes sin que se les pague ni reconozca... Bueno, no hay que preocuparse. Ahora, cuando venga la gripe, las cosas se pondrán mucho peor.