«El sabio comprende que quien huye del invierno está condenado a no conocer nunca la primavera».

He oído muchas veces que hay personas que huyen de los inconvenientes de criar y convivir durante años con un perro, de la carga que supone cuando tienes un trabajo que te deja poco tiempo libre, o cuando vives en una casa con el espacio justo. Hay quienes incluso no lo tienen por el miedo a la pérdida que más pronto que tarde saben que ocurrirá. A todos ellos les digo que nunca conocerán la primavera...

Hace quince años llegó a mi vida como de soslayo y cuando nunca lo hubiera ni siquiera imaginado una caniche. Mi Chana. Empecé a ser consciente del sentimiento de pérdida que su ausencia algún día me provocaría cuando a los pocos días de llegar a casa se deshidrató con los malditos calores del verano y tuve que ingresarla, temiendo seriamente por su vida. Desde entonces hasta hoy todo ha sido con ella una eterna primavera.

Guapa, educada y elegante, discreta y obediente, ha convivido con nosotros dándonos a cada uno lo nuestro, como Ulpiano y su definición de la justicia. Si corrían, ella los perseguía en un pilla pilla inteligente para dejarse coger siempre. Si le mordían, ella aguantaba, si llegaban tarde, los esperaba y cuando mi hijo marchó a estudiar fuera, pasaba los días en su cuarto como guardiana fiel de su mundo. Desde entonces, se instaló allí para siempre.

Olía el mar de mi infancia desde lejos y cuando estábamos llegando, asomábamos las dos la cara al viento para oler esa mezcla de salitre y carbón que tanto nos gustaba. Me achuchaba para que le rascara y me defendía si algo me intentaban hacer, aunque fuera de broma; hemos andado muchos kilómetros juntas y recorrido cada rincón de mi mundo en bicicleta asomada desde la cesta que le coloqué mirando siempre al frente; ha dormido a mis pies si estaba mala y lamido como nadie las heridas de mi corazón cuando estaba triste. !Tantas veces! Hubo un tiempo en que estábamos muy solas, así que decidió acurrucarse en mi regazo en el hueco entre mis piernas y la faldilla, haciéndose un perfecto ovillo de solidaridad conmigo; y cuando me iba y le decía «ya mismo vuelvo», da igual el tiempo que fuera, porque ella se sentaba desde entonces a esperar mi vuelta no existiendo nunca, nadie, tan feliz como ella en cada uno de mis regresos.

Nunca olvidaré el tacto de tu pelo, ni tu mirada que todo lo entendía ahora que, más pronto de lo deseable, me he quedado de golpe, mi querida Chana, amiga y compañera, sin tu eterna primavera.

* Abogada