Avispas ha habido y habrá siempre, y moscardones y corderitos. Alguien se indignará si cuestiono el derecho de Fulanita a frecuentar el nido terroso de las primeras; nada más lejos. Otras manifestarán con gran contento la incuestionable libertad que Menganita ostenta para fondear, a la hora del derbi, en el antro donde los moscardones revolotean y miran babeantes. Porque vivimos en democracia y libertad, eclesiástica, policial y aparatosamente; de acuerdo. Y nadie va a negarle nada a Fulanita, inclusive buscar la compañía y la amistad (solo amigos, oye), del avispo y sus colegas. Y nadie puede emitir opiniones dudosas respecto al Derecho Universal de todo guayabo a cruzar la puerta del antro moscardesco. Quién pondría en duda, válgame, la suprema libertad de todo corderito macho a desfilar, Pierre Cardin y Lotus mediante, por el barrio avispero a eso de la una de la madrugada, solo, exhibiendo claras señales de extravío. Lo que podría (digo podría, cuidado) llamar la curiosidad es la sorpresa, incredulidad, honda impresión que causa en televidentas y televidentos la noticia de lo sucedido en el nido terroso de los avispos «amigos» de Fulanita. Lo que podría desubicar las neuronas de cualquier persona adulta, centrada y vivida, es el asco, la temperamental subida de tono del guayabo, su retahíla y burbujeante manifestación de rechazo a la «agresión verbal», quizir: el piropo del moscardo ebrio, aguardentoso, junto a la barra del antro de marras. ¿A quién se le ocurre?, nos preguntaríamos todas, cuando el telediario de sobremesa diese a conocer los detalles de la caza y despiece al que fue sometido nuestro amado corderito por el solo hecho de ejercer su derecho Constitucional a patearse el barrio avispero a la una de la mañana.

El que haya leído algún que otro buen libro sabrá que siempre hubo y habrá avispas, moscardones y corderitos, y ceguera, también.

* Escritor