Para que los españoles pudiéramos ver la película Roma de Fellini (1972) tuvimos que esperar cuatro años, hasta que murió Franco y así, en 1976, pudo estrenarse en nuestro país. En cambio, ahora, con cuarenta años de democracia esta Roma, película de Alfonso Cuarón, León de oro en el festival de Venecia, no se verá en los cines. Tendrá que abonarse a Netflix quien quiera verla. Antes la censura nos privaba de ver películas extraordinarias como El Gran dictador, Senderos de gloria o To be ort no to be, y ahora es la tiranía del gran capital la que nos lo impide y la que acabará con el cine tal como lo hemos visto y vivido hasta hoy. Y no estoy exagerando. Además de la bendición de Venecia, Roma es la favorita para los Globos de oro y los Oscar, es la obra de un director hispano como Alfonso Cuarón, los críticos la han destacado como obra maestra pero la realidad es que casi nadie podrá verla en la gran pantalla. La fricción entre plataformas digitales, distribuidoras y cines ha estallado en perjuicio, como siempre ocurre, de los ciudadanos que nos hemos quedado sin ver una obra esperada y deseada ¡Y luego se extrañaran de que el cine pierda espectadores a chorro¡ Por la lucha de intereses entre Netflix, que quiere poner la película de pago en su plataforma a los cinco días del estreno y los exhibidores que quieren más días de exclusividad en las salas, la afición se queda sin película y el director sin su obra. En España esta película ha podido verse tan solo en tres cines de otras tantas ciudades, Barcelona, Madrid y Málaga, en esta última porque el Albeniz es un cine municipal, y en las otras porque para optar a premios españoles y europeos debe haber pasado por salas convencionales si quiera un día. Todo es tristísimo e indignante, pues el cine de la gran pantalla tiene los días contados porque son más rentables millones de espectadores en su casa consumiendo cine como comen pizzas. Entonemos un réquiem por el cine de toda la vida, aquél al que Tornatore rindió un bello homenaje en Cinema Paradiso. El derrumbe de la gran pantalla no ha hecho más que empezar, ya verán cuando Disney tenga su propia cadena de televisión (y eso va a ocurrir muy pronto), o cuando Martin Scorsese estrene The Irishman, también producción de Netflix, o cuando Guillermo del Toro tenga listo su Pinocho, o Soderberg The Laudromant con Meryl Streep y Gary Oldman, o la próxima de los hermanos Coen... Habrá quien diga que las plataformas digitales van a destruir el séptimo arte, y tal vez suene exagerado, pero lo cierto es que el canto del cisne del cine ya se ha entonado. Eso sí, llevaremos en el móvil tantas películas que ni en veinte vidas que viviéramos podríamos ver.

* Periodista