El candidato del Partido Popular a la Presidencia de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno Bonilla, fue ayer elegido presidente por mayoría absoluta del Parlamento andaluz. Mañana tomará posesión haciendo real ese «cambio histórico» de ser el primer presidente no socialista del Gobierno andaluz. Su programa, pactado con Ciudadanos -Juan Marín será vicepresidente-, plantea medidas que consideran necesarias para el progreso de Andalucía: la creación de empleo y la regeneración. Juanma Moreno encabeza un nuevo ciclo que, una vez se nombre el nuevo gobierno la próxima semana, se traducirá en una cascada de nombramientos y decisiones que afectarán a un tejido institucional hondamente arraigado durante los casi 37 años de gobiernos del PSOE. La alianza PP-CS anuncia que auditará al completo la Junta de Andalucía y sus sociedades instrumentales, eliminará el impuesto de sucesiones y creará un modelo de gestión transparente y eficaz.

Ese el el objetivo, en el «cambio tranquilo» propugnado por Moreno, que insistió en su actitud de «diálogo» y tuvo ayer relativamente cómodo un debate en el que rebatía los reproches que le llegaban desde la oposición, tanto de Podemos como del PSOE, apelando a las contradicciones de estos partidos, pues de todo hay en el revuelto escenario político nacional. Pero, por encima del debate --en el que Susana Díaz dejó ver que encabezará una oposición combativa y, tras su duro discurso, demostró tanto en palabras como al felicitar a su sucesor la normalidad democrática del relevo-- hay dos aspectos a reseñar. Por una parte, que, aunque el PP haya perdido diputados, los resultados electorales han hecho buenas esas encuestas que señalaban voluntad de cambio en el 60% de los andaluces. El otro aspecto clave es que el gobierno PP-Cs se tendrá que apoyar forzosamente en los doce parlamentarios de Vox, que pueden vender muy caro su apoyo.

Por eso, si es importante este cambio político en Andalucía, una de sus claves estará en el «cómo», en cómo se lleve a cabo. Porque no es igual modificar estructuras y adaptarlas a nuevos objetivos que arrasarlas, con el revanchismo que propugna Vox, hasta tocar incluso su propia funcionalidad y los servicios que prestan a los andaluces. Andalucía es ese «primer laboratorio» tanto por el cambio de gestión política como por la entrada de la extrema derecha de Vox en las instituciones, y será importante que PP y CS -que insiste en no sentirse concernido por el acuerdo entre populares y Vox- no permitan que Andalucía retroceda en lo ya ganado, como es el caso de la ley contra la violencia de género.

El comienzo del nuevo Gobierno andaluz será, por tanto, de gran relevancia, no solo para Andalucía, sino para toda España. Esperamos que los partidos no caigan en la frivolidad de convertir los próximos meses, hasta las elecciones de mayo, en un campo de pruebas de sus estrategias electorales. Es una nueva etapa, y el desafío de sus protagonistas es que Andalucía gane con ello.