Asistir a la representación de un musical permite disfrutar de esas escenografías y vestuarios a lo grande tan poco frecuentes ahora, cuando la crisis deja los escenarios de casi todas las obras de teatro desnudos y minimalistas, con unas soleadas ventanas de fondo, cuatro sillas y un sofá que habrán de resistir la hora y media de representación. No pasa nada. Si la obra es buena y los actores de calidad, enseguida se olvida el espectador del desolado atrezo, lo cual no quiere decir que no se disfrute de lo contrario: fondos cambiantes que surgen en un abrir y cerrar de ojos, cinco o seis renovaciones de vestuario, peinados y maquillajes, derroche de luces, distintas alturas entre candilejas y hasta música en directo, como ha ofrecido durante quince representaciones en Córdoba el musical Cabaret, en este caso la nueva versión española de aquel estrenado en Broadway en 1996, dirigida esta vez por Jaime Azpilicueta. Cabaret confirma en provincias su éxito de Madrid, y hasta el último día subió el telón con lleno desde el patio de butacas hasta el paraíso.

Solo por eso, y por disfrutar del fresco descaro de Emcee, el maestro de ceremonias que recrea con genialidad Armando Pita, mereció la pena pasar la tarde del domingo en el Gran Teatro y hasta reconsiderar la falta de entusiasmo personal hacia este género. El espectáculo no estuvo solo en las tablas, donde milagrosamente la protagonista, Cristina Castaño --que borda una conmovedora y divertida Sally, supliendo sobradamente con su sabiduría de actriz las dotes que puedan faltarle como cantante o bailarina, a fin de cuentas Liza Minelli no hay más que una-- pudo despedirse del público cordobés justo al día siguiente de haberse paseado con elegancia por la alfombra roja de los Goya. ¿Vendrá? Nos preguntábamos. Pues vino, y estuvo soberbia. Pero decía que el espectáculo no estuvo solo en las tablas. Estuvo entre el público, perfectamente dirigido por el maestro de ceremonias Emcee --dura tarea, doble responsabilidad-- en los aplausos y las risas, en las pausas y en los suspiros. No sé si Armando Pita conocía ya de otras veces al público cordobés o lo ha ido estudiando estos días: lo que se contiene, lo que duda cuando no sabe si procede pedir un bis, o cuando por temor al ridículo deja marchar a los artistas sin ese aplauso en pie que no debe regalarse, es verdad, pero tampoco escatimarse. Quizá sea un público como en todas partes, cauto y reservón, deseoso también de entregarse si se lo ponen fácil. Y así, respondiendo a la pasión y a la risa amarga del Cabaret, de la carcajada que enmascara el llanto, la gente de Córdoba terminó aplaudiendo en pie. Sano desahogo: ¿Te ha gustado? Pues no lo pienses tanto y dale al artista lo que más desea (después del sueldo).