No seré yo quien critique la labor que Málaga ha hecho para convertirse en el ferrari andaluz, una ciudad que con menos, es más.

Y eso tiene mucho mérito, porque Málaga nada tenía y sigue sin Alhambras, ni Mezquitas, ni Alcázares, caballos, patios o juderías, ni Roma o Al-Andalus bajo sus pies. Málaga es un poliedro acrisolado libre y maravilloso en donde cabe todo y por eso hasta a lo mínimo le sacan partido.

Ha construido un circuito de turismo museístico que ha funcionado, entre otras razones porque poco más, que no fuera pescaito frito, podía ofrecer a las hordas de turistas que llegaban (y volverán) en los enormes cruceros que paran a la entrada de la calle Larios. A falta de Mezquita, bueno es el colorista cascarón del Pompidou.

Creo que Córdoba es otro modelo. Muy diferente. Y lo creo desde la reivindicación más absoluta de cualquier opción que sea cultura, porque sin cultura no hay futuro.

Cuando salgo a andar aprovecho para hacer paradas en nuestros distintos espacios museísticos. Sin citar el Arqueologico, el de Julio Romero, el de Bellas Artes, o el Taurino, maravillosos, resulta que tenemos otros cuatro dedicados solo al arte contemporáneo, el C3A, el Rafael Botí, el de Pepe Espaliu y la Sala Vincorsa. !Levanten la mano los que lean esto y conozcan los cuatro! Ni siquiera en épocas anteriores a la pandemia y en fechas turísticas están las salas llenas. En Málaga se hace cola por mucho menos.

Hace un tiempo tuve la suerte de visitar esa parte desconocida del edificio de Caballerizas sobre la que ahora corren ríos de tinta. Nunca vi un espacio más brutalmente maravilloso en sí mismo sin nada en su deslumbrante interior.

No voy a entrar en la polémica con tintes políticos sobre qué finalidad es más adecuada; ni sobre el libelo propio de una «gestapo» pueblerina que señala a quienes se atreven a reunirse para hablar de Córdoba, porque les duele como empresarios o agentes sociales. ¡Menudo delito! Esta ciudad es así. Si te duele y haces algo te persiguen; si no haces nada, caes en el peor senequismo.

Solo digo que habrá que trazar un itinerario para llegar a un destino definido, sin caer en el error de creer que la modernidad está fuera, despreciando lo mucho que tenemos dentro. Adquirir el espacio primero y establecer luego un uso enmarcado en un plan de ciudad genuino y con sentido. Tenenos tanto que ofrecer, tantas posibilidades y patrimonio, que la opción de más arte contemporáneo es como si tienes una bodega de buenos vinos propios y decides añadir a la colección una de vino peleón, porque es moderno...y de fuera.

*Abogada