He seguido paso a paso el montaje de la feria de este año, y, con ella, del botellódromo ubicado en el Balcón del Río, frente al avión que a manera de cilicio metafórico sigue zahiriéndonos con su presencia por nuestros pecados de torpeza y megalomanía frente a la candidatura de Córdoba a capital europea de la cultura en 2016. No sé lo que habrá costado tan trabajada infraestructura, ni tampoco el mantenimiento diario para retirar las toneladas de basura y vómitos que cada mañana sepultaban casi a los servicios de limpieza, pero estoy convencido de que muchos miles de euros, salidos por supuesto de nuestros impuestos; justo los que nunca hay para educación cívica y otras cosas menos lesivas para la salud mental y física de los más jóvenes. Hoy, que conocemos fehacientemente los efectos nocivos del alcohol, y parece haber unanimidad en calificarlo de la principal droga de la época, no deja de ser paradójico que nuestro Ayuntamiento, como tantos otros de España, facilite su consumo --no solo en la feria--, haciendo posible de paso que accedan a él muchos menores de edad. Preocupante, sin duda. Tanto, que cuesta entender por qué no toman cartas en el asunto la Oficina del Defensor del Pueblo Andaluz u otros organismos. No podemos seguir escudándonos en que España, y más en concreto Andalucía, son diferentes, y nuestra idiosincrasia se refuerza con ese peculiar canto a la vida que supone comer y beber sin límites. Basta de justificar los excesos. No entro ya en el hecho de que pueda considerarse diversión beber hasta enfermar, porque es suficiente con conocer algo sobre el mundo antiguo para saber que las bacanales consistieron precisamente en eso: dejar que los efectos del vino liberaran los resortes emocionales del ser humano hasta convertirlo poco menos que en un animal, gobernado por la lujuria, el desenfreno y la desinhibición. Pero, por más que el culto de Baco estuviera tan arraigado en la Bética, de eso hace dos mil años, y habitualmente quedó reservado a algunos iniciados. Hoy, sin embargo, nuestros hijos, sin percepción alguna de riesgo, se emborrachan cada semana (en muchos casos más de una vez), y como consecuencia sufren trastornos psicológicos, accidentes de tráfico, peleas y agresiones, abusos sexuales y violencia de género. De ahí la urgencia de esa ley nacional contra el consumo de alcohol entre menores cuyo germen fue aprobado por el Senado, con apoyo de todos los grupos políticos, hace solo unas semanas; de potenciar el papel al respecto del Plan Nacional sobre Drogas y reducir la permisividad social sobre el tema. El informe anual de este último, correspondiente a 2016, contiene datos alarmantes: el alcohol es la droga psicoactiva más extendida entre estudiantes de entre 14-18 años; el 80% de los cuales reconoce haberlo consumido alguna vez, y el 70% de éstos en el último mes, fijándose la edad media de la primera borrachera en torno a los 14,5, casi siempre consumido en atracón (binge drinking, o más de cinco copas en un intervalo de dos horas). Se entiende así el riesgo de los botellones, en los que se combina con frecuencia con otras drogas, por lo que las estadísticas negativas se disparan entre los estudiantes que lo practican. De ahí al consumo diario, la dependencia, los comportamientos autodestructivos, los mil y un problemas asociados hay sólo un paso. Quien haya visto un coma etílico en cualquier persona de pocos años, o padecido en casa los efectos del alcoholismo, sabrá bien de lo que hablo. Puede llegar a destrozar familias enteras. ¿Cómo entender por tanto que lo potenciemos en todos los ámbitos? No es en absoluto aceptable, ni ética, ni moral, ni educativa, ni socialmente.

Durante la feria eran llamativas las colas de personas (en su mayoría, muy jóvenes) a las puertas de los establecimientos de venta de alcohol cercanos al recinto; por supuesto, sin el menor control por parte de nadie. Como llamativos son cada fin de semana los grupos de gente borracha celebrando por el centro despedidas de soltero. Cada ciudad tiene derecho a decidir qué quiere hacer de sí misma, pero la deriva en la que se está viendo inmersa Córdoba estos últimos años produce escalofríos. No soy el único que percibe el despropósito y siente vergüenza; que no necesita embriagarse para socializar o divertirse; que entiende por cultura algo muy distinto. ¿Por qué entonces tan pocas voces se pronuncian en dicho sentido? Otras urbes cercanas han tomado ya medidas al amparo de la Ley de Espectáculos Públicos y Actividades Recreativas de Andalucía de 1999, que considera infracción grave el consumo o la venta de alcohol cuando se trata de menores de edad. Apremia encontrar el término medio y apostar por una juventud saludable, no por el turismo --degradante-- de borrachera. Las drogas legales y socialmente admitidas también matan. Hay muchas formas de morir.

* Catedrático de Arqueología de la UCO