Acabo de leer un tuit que me ha hecho levantar la cabeza y reflexionar. Quien pone el tuit y ha recibido cientos de mensaje es un hombre, aparentemente joven por la foto de su perfil, que confiesa con honda tristeza la pérdida de su madre, de manera prematura y la desatención de las instituciones ante la enfermedad mental que padecía, achacándoles su responsabilidad en ello.

No he podido resistirme a comentarle que asumí hace mucho, en mi condición de letrada en ejercicio, el gran fallo que el sistema tiene con las personas con enfermedades mentales.

Me he encontrado con personas ancianas con Alzheimer, que están y viven solas, para las que no existe ningún mecanismo que procure su inmediato ingreso en un centro adecuado, aunque a consecuencia de su enfermedad incluso provoquen graves altercados en la vecindad. Me he encontrado con niños con TDAH, Síndrome de Asperger o Autismo, que necesitan atención permanente y continua y que en mitad de una guerra judicial por el divorcio de sus padres, de pronto es como si nadie supiera qué hacer con ellos, porque puede que a los padres se les escape, o les desborde, una situación tan dolorosa, complicada y hasta costosa y la ley no tiene previsto nada. Acabo de oír en el telediario cómo un niño ha agredido en un instituto de Jerez a dos compañeras de clase, reconociéndose al final de la noticia que el niño «padece algún tipo de enfermedad». Me he encontrado con delincuentes confesos que en realidad tienen gravísimos trastornos mentales, psicopatías evidentes, que terminan ingresados sí, pero ingresados en una prisión. Esa película que ha roto todas las estadísticas de público y recaudación, esa obra maestra que a mí me pone los pelos de punta, pero que la reconozco como una genialidad, en una interpretación de su protagonista que apuesto todo a que se llevará el Oscar, es el ejemplo más claro y preocupante de los auténticos psicópatas que están normalizados en la calle, delinquiendo y que, a lo máximo, terminarán algún día en prisión. La prisión es actualmente el manicomio de los años 60.

Siempre he dicho, para colmo, que la vida es una caja de sorpresas, o tal vez como dijo Forest Gun, en aquel banco sentado a la mujer que tenía a su lado sin oírlo, puede que la vida sea incluso una caja de bombones, pero en la que nunca sabes el que te va a tocar. El Estado, las instituciones y por supuesto el sistema judicial, no lo tienen previsto todo y, para colmo, en demasiadas ocasiones la cosa empieza de una forma, para terminar luego de otra, porque el bombón que tocó, justo ese, puede que hasta esté envenenado.

* Abogada