La concesión, ayer, del Nobel Alternativo a la joven sueca Greta Thunberg da idea de que no ha caído en saco roto, al menos en lo que a gestos se refiere, la lucha de esta activista medioambiental por convencer a los gobiernos de todo el mundo de que tienen que ir mucho más allá de las buenas intenciones para frenar el cambio climático.

Con apenas 16 años, larga trenza que la hace aún más niña y el desafío instalado en la mirada, Greta lleva un año, desde que se plantara junto con otros muchos jóvenes airados ante el Parlamento de su país en una huelga escolar sin precedentes, como adalid de un movimiento de rebeldes con causa que extiende como la espuma su grito en defensa de un planeta que ven herido de muerte.

Lo está para todos, no solo para los teenagers que protagonizan los «Viernes para el futuro» como sacudida de conciencias descreídas o tibias frente al cambio climático que se instala en nuestras vidas. Pero son ellos los que heredarán la tierra, así es que, por la cuenta que les trae, hacen bien en urgir a los estados a que hablen menos y hagan más, a que tomen medidas contra el calentamiento global y sus consecuencias devastadoras. Porque ya no son pesadillas apocalípticas sino la realidad que nos acecha, comprobada científicamente y en el día a día. Lo demuestran las larguísimas sequías seguidas de lluvias asesinas, incendios asoladores, océanos arrasados por la mano del hombre y demás crisis de una naturaleza enferma.

De todo eso habló el pasado lunes con contundencia en la sede de las Naciones Unidas una Greta Thunberg «triste y enfadada», según se autopresentó ante tan poderosa concurrencia. Y, como portavoz de la imparable marea juvenil por un mundo más sano y respirable, avisaba ante los líderes reunidos en la Cumbre de Acción Climática de que o ellos se ponen en marcha de una vez por todas, «sin mirar para otro lado o pensar únicamente en el dinero», o los cientos de miles de jóvenes que ella simbólicamente encabeza empezarán a actuar por su cuenta «les guste o no».

La amenaza («Si nos fallan nunca se lo perdonaremos», advirtió Greta), lejos de molestar, parece haber caído en gracia a los de arriba. Por lo menos a sus paisanos los suecos, porque el Nobel alternativo parte de Estocolmo y está dotado con 100.000 dólares, fondos que es de esperar sean destinados a la tarea titánica de parar lo que se avecina; lo mismo que sería también deseable que nadie intente utilizar con fines bastardos, por la vía del premio generoso o el halago circunstancial, la fuerza arrolladora de la juventud, tan fácilmente manipulable.

De momento, bien estará con que las promesas escuchadas en Naciones Unidas no queden en papel mojado, y con que los gobiernos se impliquen más allá de las necesarias dotaciones económicas -Pedro Sánchez anuncia 150 millones de euros en 4 años para el Fondo Verde internacional, pero antes tendrá que ganar las elecciones-. Hace falta que se comprometan con sinceridad y sin demagogias en políticas activas contra la catástrofe climática.

Pero, como bien saben los convocantes de la Huelga Mundial de mañana -la manifestación de Córdoba saldrá de Los Patos a las 19,30-, las medidas han de tomarse a todos los niveles. Como ciudadanos, debemos responder con actitudes responsables tan simples como no tirar comida, o mejor aún, comprar con juicio y procurar que los alimentos no sobren, y evitar derroches con el agua del grifo, sin olvidar el reciclaje correcto de los residuos que generamos. Porque los pequeños pasos son los que llevan más lejos. La naturaleza nos lo agradecerá.