Espero en otra cola más de otra ventanilla más de otra oficina más para otro papeleo más de otro trámite más de otro papeleo más en otra mañana más de otro día más de otra soledad más. Nos atiende el enano de turno, otro enano más, sicario del Poder, maltratador de almas, rufián de la chusma, alguacil de la hora, dando zurriagazos a los contribuyentes, con su voz gangosa, su nariz, encogida en su asco permanente, sus gafas de intelectual último modelo, su barriga enhiesta; este jaque pelanas, gozque de su dueño, con su permanente alifafe, su husmo, haciendo derrotes desde su toril, fruto del cabildeo de sus jefes, con su ronca continua, baladrón en su oficio, en permanentes visajes de mala digestión y mala... lo que dan las ubres de las mamíferas. Delante de mí, un hombre, otro hombre, pelo blanco, unos setenta años, presenta bajo el arco de la ventanilla su papel, otro papel. El sicario lo mira con su expresión de asco, y se lo devuelve diciéndole que le faltan documentos, y le señala la lista que aparece al envés de la hoja. El hombre, otro hombre, sin apenas voz de dignidad, le dice al sicario, otro sicario, que no sabe leer. Y el sicario le soluciona el problema inmediatamente: que se busque a alguien para que se lo lea. Yo noto que me hierve la aorta. Veo las almas muertas de Gogol, inmensas estepas desoladas, nuestra pobre tierra, arrasada por casi cuarenta años más de más dictadura y de más nada. Muchos se preguntan por qué no cambia el régimen. ¡Quién va a votar en esta permanente pantomima de democracia y elecciones! ¡Han tenido que emigrar tantas almas por esta sangría permanente de más de un siglo! ¡Y viva mi dueño! ¡Y la corte de los milagros! El teatrillo de maese Pedro con su retablo de Melisendra. Y a Andalucía no la va a conocer ni la madre que la trajo a este valle de lágrimas. Y el sicario, en su butacón, con su certeza absoluta de que le debemos muchos favores, de que el dinero público no es de nadie; con todo depilado de tanto tocarse desde el nervio vago hasta el pudendo y el infinito y más allá del plexo sacro y el pubocoxígeo. Y la vida ya no es sueño, es pesadilla. Y hemos superado con creces a la España de Cervantes, Quevedo, Calderón, Unamuno, Machado y Valle-Inclán. Y «cómo me hieren en el alma las cosas de Andalucía».

* Escritor