No han sido tiempos fáciles para la democracia norteamericana, pero lo que apuntan los resultados de las recientes elecciones permiten un cierto rayo de esperanza.

El Partido Demócrata ha recuperado la mayoría en el Congreso estadounidense, no así en el Senado, donde los escaños en juego se localizaban en áreas rurales y de mayor peso republicano. Esta vez las encuestas andaban encaminadas.

La movilización ha sido un factor clave para el triunfo demócrata. Jóvenes, mujeres, latinos, afroamericanos... muchos votantes que decidieron quedarse en casa en las elecciones presidenciales del 2016 han acudido ahora a mostrar su indignación y rechazo por los abusos y ataques de uno de los presidentes más anómalos de la historia de Estados Unidos. Y lo han hecho pese a las inclemencias del tiempo en numerosos estados y a los incidentes en las máquinas de votación en numerosos colegios electorales.

Es, sin duda, un gran resultado para los demócratas, que terminan con dos años de control absoluto por el Partido Republicano de todas las instancias de Gobierno (Congreso, Senado y Casa Blanca) y que dibujan un nuevo paisaje en la política del país: «No es que sea una ola azul», decía la noche electoral un comentarista en la CNN, describiendo lo que consideraba un renacer del Partido Demócrata. «Es una ola multicolor, más joven, más oscura, más moderna, con más mujeres, con más veteranos...». Un soplo de aire fresco para una formación que se había convertido para muchos en un elefante tan conservador en su composición como su oponente.

Una ola también más femenina, con más de 100 mujeres en la cámara. Aun así, no pasarían del 25%, una cifra exigua en comparación con la mayoría de democracias occidentales.

El nuevo Congreso de los estados Unidos tiene la oportunidad ahora de ejercer un control sobre los desmanes del presidente que la mayoría republicana ha obviado. Es cierto que Donald Trump seguirá teniendo la potestad de seguir gobernando a base de decreto, especialmente en algunas áreas, como la política exterior. Pero también lo es que se verá confrontado por una nueva realidad.

Los demócratas tienen en su mano promover algunas políticas que suscitan un apoyo generalizado, como la inversión en infraestructuras --prometida en su campaña por Trump--, la reducción de los costes sanitarios o una serie de reformas permanentemente aparcadas. Podrían además reabrir la investigación sobre la injerencia rusa. Habrá que ver si tienen ganas, o capacidad, de abrir otros melones como la reclamación de la declaración de impuestos del presidente o como el tan nombrado, y tan complicado, ‘impeachment’.

Es la oportunidad, también, de sentar otras bases en la búsqueda de un candidato o candidata capaz de disputar a Trump la presidencia en el 2020. No será fácil en un país sumamente polarizado y en el que la tradición suele mandar que el ocupante de la Casa Blanca repite un segundo mandato.

Era lo más probable, y así se viene confirmando, que en su narcisismo patológico, el presidente Trump se presente como único ganador de las elecciones. Pero los dos años que tiene por delante le van a mostrar, ahora sí, cómo funcionan los límites de la democracia americana.

* Directora de Esglobal