En la mitología griega, Laocoonte irrumpe como un personaje incómodo. Ese nombre necesariamente aparecía en las filminas del arte clásico, esa doble «o» prolongada como el relincho de un caballo, que ponía en jaque nuestra pericia ortográfica a la hora de afrontar un examen. Querencias pavlovianas de niños grandes, pues inconscientemente esas «oes» siamesas las asociábamos con los cartoons televisivos, los dibujos animados americanos antes de que el cómic se hiciera manga. Porque el Laocoonte era eso: movimiento abigarrado y retorcido, una de las expresiones máximas del arte helenístico. Ese grupo escultórico fue descubierto en 1506, otro aldabonazo para apuntalar el Renacimiento. Tal fue su influencia que un siglo después, en pleno recogimiento trentino, El Greco (el pintor del Conde de Orgaz y los alargamientos místicos) pintó esa tragedia del padre que ve a unas serpientes devorando a sus hijos antes de que el mismo acabe siendo almuerzo de los ofidios. Su pecado, advertir que el caballo de Troya era una trampa de los aqueos.

Esta composición escultórica, santo y seña de los museos Vaticanos, tiene muchas querencias con los comicios de este domingo. Han llovido muchos apelativos a la trina instantánea de Colón, pero el más palmario es que el divide y vencerás ha impactado en la línea de flotación de la gobernanza de la derecha. Más que al Boogie, este país es propenso a echarle la culpa a los difuntos. Y Casado no va a perder la ocasión de endosarle la debacle al marianismo. La coartada encierra una diabólica paradoja: el flagelo electoral puede acarrear la ingratitud del enderezamiento económico y el castigo por el distanciamiento de la centralidad. Pero el marianismo era, sobre todo, la sublimación de no hacer nada, de mirar hacia otro lado tanto en la corrupción del costado propio, como en la inanidad ante la cuestión territorial, pues la política es algo más que tirar de la puñeta de los magistrados.

A Casado se le ha quedado grande el yelmo y la coraza; y ahora no le queda otra que baquetearse el puesto de aprendiz de brujo. Incluso en Andalucía se tonificó la desidia susanista, aunque esta importante contribución a la causa común socialista puede que le llegue a la lideresa demasiado tarde.

No le ha ido mal a Rivera, pese a sobreactuar en el debate y sacar en su atril más gadgets que el mago Pop. Pero se ha convertido en un arma de doble filo galvanizar el frente anti Sánchez. Porque ese es el penúltimo complejo de nuestra democracia, la aversión a las grandes coaliciones, despreciando ese sumatorio de fortalezas por el miedo a que, en un futuro, la oposición les devore. Mas convertir las empatías en antipatías personales conduce a eso. Y los congregados en Ferraz, al negarle a Rivera el pan y la sal, venían a decir: nene, caca.

Por encima de ideologías, el pueblo español ha mandado a Europa y al mundo un mensaje de madurez democrática: ha convergido con su cuota de populismo de extrema derecha, mucho menor del que los retumbes covadongos presumían. El espectro morado clama por moderarse para tocar poder (Iglesias, con su pequeña Constitución, parecía un predicador en el Oeste del teniente Blueberry). Hay mimbres para cierta estabilidad de Gobierno, y un escenario más propicio para apaciguar la cuestión catalana, aunque su tren para engrosar mayorías siga imparable, salvo que la auténtica política haga cambiar ese rumbo. Estos han sido los abriles de un Laocoonte que prometía una manera bizarra de reflotar este país. No toca cerrar, sino orear España.

* Abogado