El tiempo se escapa como agua entre las manos. Por eso conviene atrapar al vuelo alguna de esas fechas redondas que sirven si no para sujetarlo, pues no se puede ir contra las leyes de la naturaleza, sí al menos para recordar lo que su paso inexorable trajo consigo, sobre todo si es bueno. Y bueno es poder celebrar con salud y talante optimista medio siglo de profesión, que es lo que acaba de hacer Antonio Gil, sacerdote y periodista, al cumplirse cincuenta años de su llegada al oficio de informar, noble donde los haya si se hace con honestidad y rigor. Fue un 1 de agosto de 1970 cuando aquel curita nacido en Hinojosa del Duque 28 años antes llegó a la Redacción del CÓRDOBA dispuesto a comunicar buenas nuevas no solo desde el púlpito sino en las páginas del periódico. Y en ellas sigue firmando todos los domingos, trece años después de su jubilación oficial.

Entró en el diario, entonces perteneciente a la Prensa del Movimiento, con cierta timidez, a pesar de que en cinco años de sacerdocio -se había ordenado en junio de 1965- tenía ya más que demostradas sus dotes de buen comunicador y el dominio de una palabra cálida y bien administrada. Aterrizó en la vieja Redacción de la plaza del Cardenal Toledo como auxiliar, sin la carrera de Periodismo acabada -un año después alcanzaría el título en la Escuela Oficial de Madrid-, y gracias a la mediación de un joven político amigo suyo, al que había conocido haciendo autostop en la época de seminarista, que acabaría siendo presidente del Gobierno y adalid de la Transición política, Adolfo Suárez; uno de esos «mensajeros de Dios», como él los llama agradecido, que se han cruzado en su camino allanándoselo. 37 años después de aquella entrada a las diez de la noche -porque al recién llegado le asignaron horario nocturno para que de día pudiera atender sus tareas pastorales-, Antonio Gil se despidió de la que, con algunas intermitencias, había sido su casa -desde 1975 trasladada al polígono de la Torrecilla- tras haber ejercido casi una década como subdirector. Media vida en la que, mientras cambiaban Córdoba y los cordobeses con el impulso de nuevos aires políticos, sociales y tecnológicos, se fueron sucediendo obispos que apoyaron sin fisuras su doble vocación al ver en el periodismo una buena vía evangelizadora y directores encantados con esa forma diligente y hasta alegre que ha tenido siempre Antonio Gil de escribir, decir y hacer lo que se debía a cada momento con la mayor economía de medios. También, claro, se sucedieron los compañeros, varias generaciones de colegas que hemos visto en él a un amigo leal, bromista o serio según la circunstancia, y dispuesto a echar una mano o dar un buen consejo cuando se terciara.

Como homenaje a esos compañeros, a los de la vieja guardia que ya se fueron y a los que llegaron mucho después -también a los de la Radio, donde ha protagonizado espacios religiosos de gran audiencia, y a los de Iglesia en Andalucía y otros medios que fundó solo o con otros periodistas-, en recuerdo de todos ellos y como «himno de gratitud» hacia lo divino y lo humano, se toma Antonio Gil el libro editado con motivo de sus bodas de oro con el periodismo. Una publicación debida al historiador Juan José Primo Jurado en la que además de recordar la trayectoria vital del canónigo y académico que ha sabido conjugar con soltura la pluma y el altar recopila algunos de los miles de escritos que fue sembrando en medios de comunicación y libros al servicio de Dios y de los hombres. Felicidades, querido Antonio, y que cumplas y escribas mucho más.