Y vivimos inmersos en el tiempo de Cuaresma. Un momento, que muchos esperamos, también. Un tiempo, donde pasión y devoción se ven mezcladas y unidas. Porque vestir la túnica, llevar el capirote y acompañar a los pasos en la procesión, es una ocasión para muchos, muy esperada. Siendo un nazareno o una nazarena más. Un o una penitente más. Donde, tú, Señor y Virgen, paseáis para todo el pueblo, para cada uno de nosotros. Aquella semana, la Semana Santa, en la cual se escenifica la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. Y caminar con vosotros y al ritmo de costaleros y costaleras que, armoniosamente os llevan o mecen por las calles del pueblo o de la ciudad. Una semana, unos días, en los cuales, se intensifican los actos de reflexión, petición o agradecimiento… Y es ese olor a azahar mezclado con el del incienso el que alcanza, también, a nuestros sentidos... Y son esas plegarias o saetas rezadas o cantadas las que dan, también, paz al alma… Y es esa música interpretada la que, melódicamente, acompaña... Una tradición remontada a varios siglos atrás, donde pequeños y mayores participan. Un sentir del pueblo andaluz que, todas las primaveras, se ve aumentado. Un sentir cristiano continuo, donde los valores éticos y morales de la sociedad cristiana, se ven patentes en cada uno de nosotros. Porque no solo el inicio de la Cuaresma, es para un cristiano, el momento en el que se activa ese sentir. La fe, como cualquier acto, debe ser regada continuamente para que, también, dé frutos maravillosos dentro de cada uno de nosotros y en los demás. Intensificándose, así mismo y también, en la Cuaresma. Un sentir o un caminar que, para los que lo comparten, es pleno.