Todas las épocas de crisis históricas -y la causada por la pandemia del covid-19, sin duda, lo es- hacen aflorar lo mejor y lo peor del ser humano: tanto la solidaridad absoluta como la más mísera desaprensión. Conviene recalcar este último término para comprender el primero en toda su profundidad: "desaprensivos” son, según la RAE, aquellos que “obran sin atenerse a las reglas o sin miramiento hacia los demás”. Pues bien, con el diccionario en la mano, debemos llamar por su nombre a los desaprensivos que hace unos días fueron detenidos en una conocida localidad andaluza cuando intentaban frenar la llegada de un autobús de personas mayores afectadas por el covid-19, lanzando, incluso, artefactos explosivos a los vehículos de la policía nacional.

Estos y otros muchos comportamientos de los que estamos siendo testigos durante estos días de confinamiento nos ofrecen ejemplos de figuras paradigmáticas de lo primero, de la peor cara del ser humano. Frente a ellos, a escasos kilómetros de ellos, así como a lo largo y ancho de todo el territorio nacional, encontramos también estos días infinidad de ejemplos de lo segundo que nos muestran la mejor versión del comportamiento humano, la demostración de que, efectivamente, la solidaridad absoluta también existe.

Me estoy refiriendo, obviamente, a la figura modélica del personal sanitario. Todos estos hombres y mujeres son hoy, desgraciadamente, los protagonistas de la Historia, con mayúsculas y a nivel mundial. Nuestras vidas están literalmente en sus manos. Merecen, pues, nuestro infinito agradecimiento, y todo homenaje que les rindamos, como los sobrecogedores y emotivos aplausos que cada día les dedicamos a las ocho en punto de la tarde, nunca será suficiente para compensar la inmensa labor que están realizando.

Por ello, desde la filosofía, quiero rendirles también un particular homenaje. ¿Cómo, se preguntará algún lector; qué tiene la filosofía que decir en todo esto? Veamos qué podemos hacer. Un filósofo, por más que su figura sea caricaturizada en sociedades como la nuestra, tiene por tarea primera siempre, y en primer lugar, comprender la realidad que le rodea. Luego vendrá la crítica, más o menos fundada, pero lo primero es el ejercicio de comprensión.

Tratemos, pues, de comprender a la figura del personal sanitario que hoy homenajeamos. Y es que, ciertamente, por más que lo analicemos, resulta incomprensible a todas luces que alguien ponga conscientemente en riesgo su vida trabajando en los hospitales, día tras día, semana tras semana, y en las precarias condiciones en que lo hace, meramente por cumplir con su profesión. Y no digamos ya por el más que austero sueldo que por ello reciben.

Pero, si no les empuja una motivación meramente profesional ni económica, ¿de qué estamos hablando aquí?, ¿cómo es esto posible? Los consideramos héroes, y lo son; pero intentemos comprender ahora en qué consiste su heroicidad, esto es, de dónde emana su auténtica motivación, lo que les hace levantarse cada mañana para ir al hospital a intentar salvar la vida del prójimo aun a sabiendas de que ponen en riego las suyas. Es en este punto donde creo que la filosofía puede arrojarnos algo de luz, haciéndonos ver que lo hacen, ni más ni menos, que por vocación. Y es que, según nos aclara el filósofo José Ortega y Gasset, “Si por vocación no se entendiese solo, como es sólito, una forma genérica de la ocupación profesional y del curriculum civil, sino que significase un programa íntegro e individual de existencia, sería lo más claro decir que nuestro yo es nuestra vocación. Pues bien, podemos ser más o menos fieles a nuestra vocación y, consecuentemente, nuestra vida más o menos auténtica”.

Así entendida, la vocación comprende y compromete siempre a la totalidad de la vida, no se refiere a una parcela de ella, no es una actividad más entre otras, no es una ocupación cualquiera, no es siquiera una mera profesión, sino que en ella nos va, e incluso se nos va, como desgraciadamente sucede estos días, toda la vida. Si es cierto, como sostiene Ortega, que “la vida es siempre un jugarse la vida al naipe de unos ciertos valores”, comprendemos mejor ahora lo que realmente significa hoy formar parte de nuestro “personal sanitario”, a qué naipe de valores juega su vida esa modélica figura que aquí homenajeamos.

No estamos, pues, ante un mero grupo profesional -que también-, sino, sobre todo, ante una figura vocacional que hace de la solidaridad absoluta su forma de vida. Todos estos hombres y mujeres, conciudadanos y conciudadanas ejemplares, nos demuestran hoy que hay valores incalculables, valores que desbordan toda lógica, incluso la económica, por los que merece la pena vivir; e incluso morir. En otro lugar nos recuerda Ortega, en una sentencia que podría haber sido firmada por nuestro paisano Lucio Anneo Séneca, que “la filosofía nació, precisamente, como una resolución de mantener la serenidad ante los problemas pavorosos”, serenidad a la que apelamos para permanecer en casa durante el tiempo que sea necesario, pues ese es, como no se cansan ellos mismos de repetirlo, el mejor homenaje que podemos rendir hoy a nuestro personal sanitario, para que mañana, cuando hayamos despertado de esta pesadilla, podamos abrazar y celebrar con todos ellos, conocidos, amigos y familiares, el fin de esta historia; para que, en definitiva, podamos rendir un vivo y merecido homenaje a nuestros héroes, y no a nuestros mártires.

* Doctor en Filosofía por la UNED