Por desgracia, ya está muy clara la urgencia de detener la guerra suicida que hemos emprendido contra nuestro propio y único planeta. Ese mismo peligro hace que algunos, con la mejor voluntad, corran mucho, pero fuera del camino, desacreditando esta máxima emergencia.

En la huelga mundial por el clima del 27 del de septiembre, por ejemplo, repartí entre los manifestantes una hoja en la que se detallaban aspectos del problema en la alimentación y reproducción, temas que, como demógrafo, estudio, enseño y difundo desde hace décadas. Pero no faltaron orgullosos “ilustrados” que la rechazaron “porque el papel contamina”, exigiendo que una información sólo electrónica, purismo tan limitador como ignorante de que esa vía también contamina.

Ya hace años hubo un grupo ecologista -al que pertenezco- que me reprochó enviar por correo esa información a escala mundial papel satinado, que poco después empleó, hasta hoy, en su revista. Tampoco han faltado quienes, en una manifestación por el clima un día que amenazaban lluvia, rechazaron mis pancartas por estar plastificadas, sistema que incluso sin lluvia permite conservar mejor el mensaje.

No puedo menos que acordarme de sus precedentes y -con los conocimientos de entonces- más explicables ecologistas, los indios que iban barriendo con una escobilla su camino para no pisar ninguna hormiga y que, aun trabajando tanto, no llegaron muy lejos.