Un evento en un escenario que demuestra, una vez más, la creciente influencia de Rusia en los asuntos del mundo árabe: Fayez al Sarraj, el presidente del Gobierno de Libia reconocido internacionalmente, y el mariscal Khalifa Haftar, al frente de la oposición armada que controla el este del país, mantuvieron ayer en Moscú unas conversaciones indirectas destinadas a apuntalar el alto el fuego en vigor y a fijar las condiciones para el despliegue de una eventual «fuerza de vigilancia».

Durante la tarde, el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, informó acerca de «progresos», aunque reconoció que Haftar ha solicitado tiempo, hasta hoy, antes de estampar su firma en un acuerdo que convertiría en permanente la actual tregua.

La última ocasión en la que ambos caudillos se vieron las caras fue en febrero en Abu Dabi, unas negociaciones en las que no se logró cerrar ningún pacto y que desencadenaron unas semanas más tarde una guerra civil de nueve meses de duración. Haftar movilizó a sus tropas hacia Trípoli, sede del Gobierno del Acuerdo Nacional (GNA, por sus siglas en inglés) en una ofensiva que se ha cobrado la vida de unas 2.200 personas.

Las conversaciones vienen precedidas de una intensa actividad diplomática entre los valedores de los dos bandos en conflicto: Turquía en el caso del GNA y Rusia en el del mariscal Haftar. Europa también ha querido implicarse en el proceso, como lo prueba la celebración dentro de unos días de una conferencia internacional en Berlín.

El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, aseguró que las conversaciones de la capital rusa iban por buen camino, al tiempo que adelantó su asistencia a la cita en Alemania. La cancillera Angela Merkel y el presidente de EEUU, Donald Trump, por su parte, hablaron por teléfono sobre el conflicto.