Fue el domingo 10 de febrero. Los líderes de los tres partidos del centro-derecha convocaron una protesta en la madrileña Plaza de Colón. La foto de Pablo Casado, Albert Rivera y Santiago Abascal hizo historia. Y aún no sabían cuánta. Protestaban porque el presidente Pedro Sánchez, según ellos, había puesto a España en manos de los independentistas (los mismos que tumbaron los presupuestos y pusieron fin a la legislatura) y exigían elecciones inmediatas. "Una gran moción de censura contra el okupa de la Moncloa", solicitaban entre aplausos y exhibición de banderas. Su deseo se hizo realidad. Para su desgracia. Sánchez les puso en bandeja un adelanto de las generales porque él y su equipo olieron que el bloque diestro, dividido, no sumaba para derrotar a un PSOE fortalecido en el poder. Acertaron. Se tomaron como una radiografía aquella instantánea de las tres derechas -esa que avergonzó a conservadores y liberales de toda Europa por incluir a los ultras- y dieron en el clavo. Han ganado las legislativas con 123 escaños, mayoría absoluta en en Senado y con distintas posibilidades de pactos a su disposición, lo que a priori abarata el precio de las alianzas. Eso en una cita con enorme participación, lo que siempre es un motivo de orgullo para un país.

Sánchez tiene motivos para estar satisfecho. Gana, por mucho, a su siguiente competidor, pero necesita acuerdos de izquierda en los que por activa o por pasiva participen soberanistas (y no deseaba ese escenario), o a Ciudadanos, que asegura negarle el pan y la sal y que no gusta a su militancia. "¡Con Rivera no! ¡con Rivera no!", le gritaron en la noche del domingo los congregados en la calle Ferraz. Un aviso a navegantes. "Ha quedado claro", les replicó el secretario general del PSOE desde un balcón, aunque aprovechó para aclarar la situación: se moverá en postulados progresistas pero no pondrá vetos a nadie; será "el presidente de todos" y, como oferta de salida, buscará la geometría variable sin atarse a una coalición concreta. Ya se verá a dónde le conducen las posiciones de los demás.

Se quedará en Moncloa, pero el camino de los acuerdos será complejo. Lo sabe. Pablo Iglesias, desde Unidos Podemos, ha salvado los muebles con un resultado bastante peor del obtenido en 2015 o 2016, pero suficientemente nutrido para hacerlo valer con los socialistas y exigir entrar en el consejo de ministros. Ese es el clavo ardiendo al que él y su partido pueden aferrarse en estos momentos para evitar el game over. Fue uno de los primeros en telefonear a Sánchez y han quedado en verse y hablar de pactos. Con calma. Que nadie espere resultados inmediatos en una u otra dirección porque en un abrir y cerrar de ojos llegan nuevos comicios, autonómicos, locales y europeos y puede que haya a quien le interese afrontarlo sin haberse comprometido con otras fuerzas políticas.

Los ultras tendrán escaños

Resulta además inevitable que la merecida sonrisa del triunfador se quede en media cuando los ultras han logrado, por primera vez en democracia, pasar las puertas de las Cortes. No han cumplido las peores expectativas, cierto. España no es Filandia, parece. No han alcanzado esos 50 escaños que se prometían a sí mismos los voxistas, verdad también. Pero tendrán 24 representantes conformando "la resistencia", según advierte su jefe de filas, que promete que cada uno de sus compañeros será "un auténtico torbellino" en las Cámaras. El espectáculo parlamentario está sin duda servido para los próximos tiempos.

Se ha quitado Sánchez la espinita de no haber ganado hasta ahora en las urnas, salvo las primarias socialistas. Él fue el primer presidente elegido por el Parlamento, pero no por sufragio directo, tras una censura a Mariano Rajoy por los casos de corrupción que asfixiaban al PP. Ha convencido a una relevante mayoría de españoles de que le den la oportunidad de terminar lo que empezó, en la anterior legislatura, con el partido ya empezado. Y se la han dado. Además, el reparto de escaños que han decidido los españoles le ponen en frente a una oposición débil, fragmentada, inevitablemente sumida en los próximos meses en una guerra cainita para ver quien lidera el cotarro conservador. La batalla tendrá su aquel, porque Rivera, que se la jugó en campaña garantizando que no ungirá a Sánchez, se ha colocado a tan solo ocho escalones de Pablo Casado, quien entra quiera o no en coma político. De momento dice que no se va.

Casado, en coma político

La jugada ha sido demoledora para el PP, sin duda. Vox, su escisión, su ‘hermano pródigo’, le ha desangrado. Un flamante Casado decidió darles oxígeno con tal de lograr su apoyo en Andalucía y le ha salido carísimo. Ha intentado parecerse a Abascal y ha dejado de asemejarse a su electorado. Ha perdido más de la mitad de los escaños logrados por Rajoy en el camino. No podrá obviar que su radicalizada estrategia, al más puro estilo Aznar, ha dado más alas a los nacionalismos e independentismos. Obsérvese que su propaganda gratuita a los de "las manos manchadas de sangre", o sea, los de Bildu según su propia definición, se han hecho con cinco escaños. Hay compañeros de filas que ya piensan en su cabeza y los hay también quienes miran cómo ha resistido Galicia. Alberto Núñez Feijoo y Ana Pastor, dos nombres a tener en cuenta. Y Rivera, que no se olvide, dispuesto a devorar el patio popular.