Cada vez está proliferando más el uso de ideas científicas adornando discursos, debates y programas políticos. Considero que es legítimo, pero sus propuestas deben de estar bien fundamentadas y contar con apoyos contrastados por la comunidad científica para no tomarle el pelo a la ciudadanía, algo alejada --por desgracia-- de este tipo de asuntos. Los problemas aparecen cuando ciertos personajes politicos asuzan asuntos científicos --muchos de ellos en estudio-- intentando darles el "certificado de verdad". Esta situación --que para nada se corresponde con una auténtica y genuina actitud científica-- empobrece a las ciencias, al político que la amasa y a la sociedad en general porque da un enfoque político a problemas científicos y acaba generando ignorancia y borreguismo.

Un político no puede determinar qué ciencia es verdad y qué teoría es mentira. Si lo hace es un irresponsable. No es su mundo ni su competencia. Como ciudadano podrá estar más o menos de acuerdo, pero dejando claro a sus posibles votantes que será la comunidad científica la que determine su certidumbre.

Si citamos casos concretos se entenderá mejor: cambio climático, transgénicos, células madre, vida en el universo, contaminación electromagnética, gripe aviar, fusión nuclear, tratamientos del Sida, etc. son problemas de ciencias. Es evidente que se derivan consecuencias políticas y sociales de todos ellos, pero eso forma parte de otro tema. Los retos que la ciencia tiene hoy planteados no son de derechas ni de izquierdas, son problemas del mundo en el que vivimos y tanto la derecha como la izquierda tienen que intentar resolverlos sin identificarlos con sus "ideologías". Alrededor de cada tema se genera una sociología, pero eso ocurre siempre y hay que tener cuidado. Da cierto pánico / estupor leer el siguiente párrafo sobre la farsa de la intoxicación por aceite de colza:

"La intoxicación del Síndrome Tóxico no fue causada por el aceite de colza. Esto es lo que sostienen desde hace años un grupo de médicos, periodistas y abogados, que han investigado este drama que, hace 27 años, afectó, según la Administración, a alrededor de 30.000 personas, de las cuales murieron más de 1.000. De acuerdo con estos investigadores independientes, no hay ningún tipo de dato, ni epidemiológico ni toxicológico, que demuestre que fue el aceite. Por contra, este reducido grupo de disidentes apunta que la causa de la intoxicación fue debida a la mala utilización de productos organofosforados, que se utilizaron en una plantación de tomates en Almería. La mayoría de estos disidentes sospechan que no sólo habría habido una negligencia en el uso de pesticidas por parte de un agricultor, sino que la intoxicación podría haber sido el resultado de un experimento militar dirigido. Sea como sea, lo que sí acuerdan estos investigadores es que las administraciones e instituciones nacionales e internacionales que han participado en los diferentes estudios que habían de aclarar la causa de la intoxicación han mostrado un gran interés en que no se sepa la verdad". (http://www.cbgnetwork.org/129.html) .

"Es un bichito tan pequeño que si se cae se mata". Esta frase del entonces ministro de Sanidad, Jesús Sancho Rof, atribuyendo en un primer momento la causa de la intoxicación a un microorganismo, es para algunos un pequeño botón de muestra de lo que ha sido, y es, la historia del Síndrome Tóxico.

La Ciencia progresa ante hechos contrastados y contrastables y el mundo político está lleno de opiniones, hipótesis, intereses y circunstancias. De alguna forma, los conocimientos científicos son atemporales y rozan la objetividad mientras que el poder de un político tiene sus días contados y se caracteriza por una gran subjetividad. De ahí que un político no puede afirmar o negar la veracidad de una teoría científica: ni le corresponde ni debe. Es una afrenta a la ciencia y una total falta de respeto a la ciudadanía que quiere representar.

Un responsable político no puede confundir verosímil con verdad y menos en parcelas dentro de la actividad científica.