Nació hace 56 años en el Campo de la Verdad, pero cuando apenas era un niño se trasladó a Valencia con su familia, lo que no lo hace menos cordobés, un título del que se enorgullece tanto como de su trayectoria, gracias a la que acaba de ser homenajeado en la Muestra de Teatro de Autores Españoles Contemporáneos de Alicante. A pesar de estudiar Historia, muy pronto su vida se rindió al teatro, primero como actor y luego como dramaturgo y director, teniendo como leitmotiv remover la conciencia del espectador, ya que piensa que «todo creador debe tener un compromiso con su tiempo».

-Vivió su infancia en Córdoba, pero muy joven se marchó a Valencia. ¿Qué recuerdos tiene de esta ciudad?

-Maravillosos. Córdoba me ha marcado la vida y nunca he dejado de ser cordobés. Antes de sumergirme en el teatro, estudié Historia y lo hice porque nací en Córdoba. Yo cruzaba un puente romano para encontrarme con la Mezquita y perderme en la Judería. Pasear por Córdoba es hacer un viaje por la historia.

-¿Cuándo decidió que su vida era el teatro?

-Al principio pensé que mis estudios de Arte Dramático serían algo complementario, pero acabando la carrera me llamaron para trabajar y fui enganchando una obra con otra, hasta hacer Macbeth en Londres. A partir de ahí me vi envuelto en esa vorágine y, de repente, me di cuenta de que se había convertido en mi oficio y en mi forma de vivir.

-Lleva 33 años viviendo de la escena. ¿Cree que ha alcanzado sus metas, sus sueños?

-Sí. Y con creces. El éxito, para mí, es hacer lo que quieres, cuando quieres y con quien quieres. Y lo he conseguido. Hace poco me dieron un homenaje en la Muestra de Autores de Alicante y es impresionante entrar en un listado en el que están Fernando Fernán Gómez, Buero Vallejo, Antonio Gala…

-A lo largo de este tiempo ha creado una productora y una sala de teatro. ¿Ha sido muy dura la batalla?

-Mucho. Este oficio es duro, inestable, es el olvidado de los políticos, que parece que no se dan cuenta de que un pueblo que no tiene cultura no es un pueblo, es una manada. He tenido dos compañías, y desde hace diez años tengo una sala de teatro, lo que también es difícil. Pero cuando te metes en este mundo y lo haces tu vida, peleas por él con uñas y dientes.

-¿Pretendía con esa sala acercar el teatro a los que lo tienen más lejos?

-Sí. El barrio de Russafa estaba muy olvidado cuando yo llegué, pero los vecinos peleamos mucho por conseguir que tuviera su identidad y ahora es el más chic de Valencia, pero necesitaba un centro cultural, porque no solo es una sala de teatro, sino una escuela escénica, sala de exposiciones y punto de encuentro de debates. Hemos dado al barrio un altavoz.

-¿Qué necesita el teatro español?

-Sobre todo, atención. Y una política cultural seria. Las únicas subvenciones que se cuestionan en este país siempre son las de la cultura. Lo que se debe hacer es recuperar el único arte vivo que queda, el único que no se puede copiar, cada función es diferente. Creo que no hay un enfoque de política cultural claro, no se hace una industria, lo que sí ha conseguido el cine.

-Actualmente gira, por cuarto año, con ‘Shakespeare en Berlín’, un texto en el que analiza el ascenso y caída del nazismo. ¿Por qué escribió sobre ese tema?

-Lo hice para hacer una reflexión sobre un peligro que ahora resulta que es una realidad, porque cuando hace años empezamos con esta obra, no pensé que iban a cambiar tanto las cosas en este país. Conforme ha pasado el tiempo, el texto ha ido cogiendo más fuerza, una verdad que me asusta. Y el público ha ido cambiando su reacción.

-¿Por qué le gusta ambientar sus obras en otras épocas?

-Creo que es un ejercicio muy interesante para el espectador. Cuando tú hablas de algo cotidiano, que ves todos los días, la inmediatez te hace perder la perspectiva. Pero cuando vuelves atrás y planteas las mismas situaciones que ahora, ese ejercicio de comparación que hace el espectador es el que le permite reflexionar sobre lo que ocurre ahora.

-No todos los creadores piensan que el arte esté para remover conciencias. ¿Usted qué piensa?

-No lo comparto. Creo que el arte es arte, precisamente, porque tiene que ver con el ser humano, porque nace de la necesidad de expresar algo. Es importante mostrar respeto al espectador y el mejor de todos los respetos es que reflexione, que elija y saque sus conclusiones. Todo creador debe tener un compromiso con su tiempo y su obligación es remover conciencias, si no seríamos solamente ocio. Y el teatro no es ocio, es cultura.

-¿Qué mensaje le gustaría dar en su próxima obra de teatro?

-Lo estoy dando ya en La invasión de los bárbaros, una obra sobre la memoria histórica que tiene lugar en 1939 y en el 2009. El hecho del 39 es cuando llevaron a Valencia, para protegerlos, los cuadros del Museo del Prado, y en el 2009 una periodista reclama en la misma ciudad que se abra una fosa donde está enterrada una persona que no se ha exhumado. Vamos viendo el paralelismo de lo que ha pasado en estos años haciendo una reflexión sobre lo que significa la memoria histórica, algo que este país no ha superado.

-¿Qué prefiere, escribir o subirse al escenario?

-Sobre todo, disfruto dirigiendo y escribiendo. Subir al escenario no es menos importante, pero me llena más la creación.

-Nunca ha traído a Córdoba ninguna de sus obras. ¿Por qué no hemos sabido de usted en esta ciudad?

-Esa es la gran espina que tengo en mi corazón. Me duele mucho, es inexplicable. Llevo 33 años en esto, he sido nominado a los premios Max tres veces, he recorrido toda las ciudades españolas, parte de Sudamérica, y jamás he pisado un teatro cordobés. Ha sido imposible, los responsables de los teatros públicos y privados de Córdoba nunca me han atendido. Me gustaría mucho que mi madre me viera actuar en un teatro en Córdoba.

-¿Qué le gustaría hacer que no haya hecho?

-Actuar en un teatro en Córdoba. Sería la guinda de mi carrera. Espero que Susan y el diablo recale en Córdoba.