El que fuera cantante de El Último de la Fila desarrolla su imaginario sonoro y poético en Geometría del rayo, que presentará en el Palau Sant Jordi, en Barcelona, el 20 de octubre.

-Un disco que comienza suave.

-Sí, es premeditado, porque el orden de las canciones lo decido yo y hago mi camino de manera intuitiva. Te vas formando como artista en un mundo de rock, de pop, pero te das cuenta de que hay otras músicas que también te gustan. Ahora mismo estoy escuchando a Aute, Silvio Rodríguez... Cosas un poco antiguas quizá, pero con un significado fuerte, que son un poco como tu piel.

-Ahí anuncia al oyente que este es un disco para tomárselo con calma.

-Los medios tiempos imperan en el disco, no hay un ritmo trepidante, busca la calma. No hay una necesidad de demostrar nada. Ser músico no es ser deportista, no se trata de batir ningún récord. Hay algunas canciones más rockeras, pero la tónica general del disco es un poco contemplativa, y que no se confunda con ver los toros desde la barrera. No, no, te arremangas y te metes en el lío, pero de otra manera.

-Cuando comenzó El Último parecía que tenían un punto de ‘new wave’, pero había unas raíces ‘prepunk’ en el rock de los 70.

-Claro, la Barcelona progresiva, de Iceberg, de los cines de arte y ensayo... De chaval estuve en un grupo con el que teloneé a Lone Star. Una escuela magnífica para disfrutar y para aprender. Ia-Batiste, Gato Pérez... Y a la vez comenzaban a llegar Triana, de Sevilla, y Asfalto, de Madrid, y descubrías un mundo de gente que cantaba en euskera. Había un potencial muy guapo.

-¿En ‘Geometría del rayo’ se siente más cantautor que cantante pop?

-Hombre, un poco. Comienzas a poner un pie en la baldosa del creador que tiene una pretensión poética, con un mensaje, un discurso, y quieres ser autor de cosas bonitas, de cosas que muevan el corazón y los sentimientos.

-¿Con sus discos desea transportar al que los oye a otra realidad?

-Totalmente. Tengo una pequeña norma que no he roto nunca, o solo puntualmente, con El Último, y es no hacer discos con mi imagen en la portada, porque lo importante es la obra, no el autor. Y las obras te emocionan y son el vehículo para disfrutar de la vida. Hago yo mismo la producción, no me gusta que haya intermediarios ni quiero productores. Libertad total.

-¿Qué le parece que se tachen sus letras de crípticas, poco comprensibles o esteticistas?

-A mí me gusta hacer ‘cadáveres exquisitos’ conmigo mismo, escribir una frase hoy y otra mañana que no tiene nada que ver, y luego juntarlas. Lo hacían Lorca y Dalí, y en este disco lo he hecho un poco, para que luego el oyente lo haga suyo y lo interprete según como lo adapte su pensamiento. No tengo la intención de darlo todo masticado. Me gusta el cine de autor y libros como los de Bolaño, Juan Rulfo, Delibes...

-¿Y el realismo mágico?

-No, me aburre un poco, la verdad. Me gustan Pla, Baroja, Faulkner... Gente que tiene su imaginario, sus personajes... Es importante tener tu mundo de fantasía propio. La música y las letras son una excusa perfecta para viajar. ¿Qué significan mis letras? Pues lo que tú quieras. Hago relato corto y cuento cuentos a mi manera. Cuando soy músico vivo en un mundo de ficción que me satisface, soy como una deidad absurda, como un dios tontete que se inventa cosas y al que luego le dicen «oye, esta tontería que nos cuentas me ha gustado». Pues eso, ¿para qué escribimos y hacemos cosas? Pues para existir.

-En una de las nuevas canciones dice «nunca es tarde para las palabras». ¿Tiene que ver con el momento político.

-No, aunque es cierto que estamos sufriendo por la situación actual. Nunca es tarde para ser feliz, para emprender nuevos caminos... Es mi filosofía de bolsillo. Lo otro lo tienen que arreglar los políticos.